domingo, 27 de agosto de 2017

Intonsi et capillati, peinado masculino en la antigua Roma


      


Lucio Junio Bruto, cónsul de Roma, s. VI a. C. 

En los tiempos más antiguos de Roma los hombres dejaban crecer su cabello y barba de igual manera que hacían otras civilizaciones, como la mesopotámica, por ejemplo. El pelo abundante era símbolo de virilidad y sabiduría.

“También entonces, al vivir aquellos hombres antiguos sin artificio, creyéndose bastante limpios si se habían lavado la suciedad acumulada por el trabajo en la corriente del río, era su preocupación peinarse el cabello y arreglarse la barba que les crecía, y en esta ocupación cada uno se bastaba a sí mismo, no se prestaban ayuda unos a otros. Ni siquiera la mano de las esposas acariciaba aquel cabello que, en otro tiempo, solían los hombres dejarse suelto sin necesidad de ningún afeite, de igual modo que los nobles brutos sacuden la crin.” (Séneca, Cuestiones Naturales, I)


Retrato anciano siglo I d.C.

Las canas y la barba que caracterizaban al anciano era rasgos a los que había que respetar.

“Esto, esto es lo que me amarga el alma, lo que de verdad me atormenta, que se hayan burlado de mí a mis años, ¡maldición!, que con estas canas y esta barba blanca me hayan tomado el pelo de una manera semejante y me hayan birlado el oro, desgraciado de mí.” (Plauto, Las dos Báquides, V, 1)

 Durante el periodo final de la república romana los retratos masculinos muestran hombres a los que se representa con la cabeza calva, nariz grande y pronunciadas arrugas que parecían querer expresar el esfuerzo y los años que habían dedicado al estado romano. La calvicie se consideraba un signo de sabiduría, dignidad y seriedad que todo ciudadano noble romano debía exhibir.

Retrato de anciano, s. I a.C.

Sin embargo, en la cultura romana para muchos la calvicie suponía un gran problema, en especial, si era prematura. Al contrario que las arrugas, aceptadas por los romanos como un signo de dignidad y solemnidad, la calvicie era vista casi como una enfermedad porque el pelo se consideraba un símbolo de fuerza, virilidad, juventud, fertilidad y belleza y, por tanto, se pensaba que quien la sufría no poseía tales características.

Ovidio escribió en su libro sobre el amor: “Feo es un ganado sin cuernos; feo un campo sin hierba, y un arbusto sin fronda y una cabeza sin pelo.” (Arte de amar, III, 248)

Entre los gobernantes, militares y políticos, se asociaba la falta de cabello con la vejez, momento en el que se alcanzaba la prudencia y la calma, pero se perdía el valor. Quizá por ello el historiador Suetonio cuenta sobre Julio César que:

“Concedía mucha importancia al cuidado de su cuerpo, y no contento con que le cortasen el pelo y afeitasen con frecuencia, se hacía arrancar el vello, por lo que fue censurado, y no soportaba con paciencia la calvicie que le expuso más de una vez a las burlas de sus enemigos. Por ese motivo, se traía el escaso cabello de la parte posterior sobre la frente.” (Cesar, Suetonio, XLV)


Busto de Julio César

Los retratos masculinos de la escultura griega presentaban en la época arcaica pelo largo y abultada barba, pero en época clásica exhibían abundante cabello algo encrespado y despeinado, cayendo en mechones sobre la frente de forma natural como símbolo de la virilidad del joven atleta. Alejandro Magno prohibió la barba a sus soldados para que el enemigo no pudiera agarrarlas.
Busto de joven griego


Alejandro Magno
El mismo general Pompeyo intentó copiar el peinado de Alejandro Magno que lucía melena y flequillo levantado con mechones sobre la frente, ambos peinados sin ningún cuidado, con la pretensión de que la similitud de sus retratos hiciera que se les asociara también en el éxito de sus hazañas militares, si bien Pompeyo exhibía su cabello más corto.


Pompeyo el Grande
 “Además, el cabello, un poco levantado, y el movimiento compasado y blando de los ojos daban motivo más bien a que se dijese que había cierta semejanza entre su semblante y los retratos de Alejandro…” (Plutarco, Pompeyo, II)              
                   
La moda de llevar el pelo muy corto parece haber progresado lentamente y sólo entre las clases más altas de la sociedad romana y es que el carácter predominante en la república romana más austero que el de los griegos hace que los retratos de la época muestren flequillos con mechones muy cortos y peinados muy sencillos que realcen el carácter sobrio del retratado.

Retrato siglo I a.C. Museo de Bellas Artes, Boston

A pesar de esta tendencia general surgen simultáneamente una serie de peinados arcaizantes que, por medio el calamistrum (instrumento dedicado a rizar el cabello), convierten el flequillo en una serie de pequeños bucles rizados. La emulación de esta moda, junto con los distintos arreglos de la barba, fue censurada por los sectores conservadores como propia de afeminados, y acabó siendo contenida por la regulación moral de Augusto.

“Es esto lo que ves que persiguen quienes se depilan la barba toda o a trechos; los que la afeitan y rasuran hasta los labios con toda precisión, al tiempo que conservan y dejan crecer la parte restante; los que se ponen un manto de color llamativo y una toga transparente, que nada quieren hacer que pueda escapar a la mirada de los hombres: excitan y atraen su atención hacia sí, quieren incluso ser reprendidos con tal de que se les contemple. Éste es el estilo de Mecenas y de todos los demás que no yerran por casualidad, sino a sabiendas y gustosamente.” (Séneca, Epístolas a Ático, CXIV)




Ptolomeo, rey de Mauritania, Museo del Louvre

Durante el Imperio los retratos de la familia imperial tuvieron gran influencia en todas partes dado que se distribuían en esculturas y monedas por todas las provincias. Los flequillos sobre la frente eran comunes e imitaban la imagen estereotipada (y probablemente idealizada) de Augusto, que utilizó repetidamente las imágenes y las estatuas como propaganda política. 

Octavio Augusto


La principal referencia fue la sobriedad estética impuesta por el emperador Augusto, al que parece ser que no le gustaba arreglarse el cabello, que solía llevar despeinado, con un característico flequillo que caía sobre la frente formando una especie de horquilla abierta.

El modelo escogido por Octavio simboliza la juventud y el clasicismo al que el emperador quiso retornar después de un periodo republicano durante la segunda mitad del siglo I a. C. en el que el peinado masculino de los retratos es más largo y voluminoso.

Marco Junio Bruto, Museo del Prado, Madrid





Los diferentes estilos de peinado marcaban tanto las afinidades políticas como las preferencias culturales de los retratados. La identificación del individuo con un peinado en particular conllevaba, en algunos casos, un contenido simbólico o político. Por ejemplo, para realzar la vinculación al trono de los príncipes Cayo y Lucio César, nietos de Augusto, nacidos del matrimonio de su hija Julia y Agripa, se los representaba con el pelo de igual manera que lo llevaba su abuelo, el emperador.
Cayo César, nieto de Augusto

Octavio Augusto



Tiberio, tras su acceso al poder, presentaba pronunciadas entradas y disimulaba su calvicie echándose el pelo hacia delante, en forma de flequillo, como muchos miembros de su familia, pero simplificó el clasicista flequillo de la época de Augusto, adoptando una versión más sobria y afín a los modelos republicanos.


Retrato de Tiberio





Era costumbre de los calvos dejarse el cabello largo en la zona occipital y temporal para poder cubrir la parte sin pelo, pero no solo entre los emperadores y las clases dirigentes, sino también entre la gente del pueblo, como cita Marcial en uno de sus epigramas:

“Recoges de aquí y de allá tus cuatro pelos y la ancha explanada de tu resplandeciente calva la cubres, Marino, con los bucles de los temporales. Pero, movidos por la fuerza del viento, se vuelven a su sitio y tu cabeza desnuda la ciñen por este lado y el otro unos enormes mechones.” (Marcial, Epigramas, X, 83)

Según la descripción de Séneca Calígula tenía una característica propia de los Claudios, calvicie prematura y nuca poblada de cabello.

“Porque era tal su fealdad, que daba indicios de locura, teniendo los torcidos ojos escondidos debajo de la arrugada frente, con una deforme y grande cabeza calza sin cabello y el cuello lleno de pelo…” (Séneca, De la constancia del sabio, 18, 1)

Retrato idealizado de Calígula, Museo Metropolitan, Nueva York

A pesar de esta imagen, los retratos del emperador le muestran siempre con un rostro joven y perfecto, siguiendo el estilo clásico de los atletas griegos.

Claudio luce en sus retratos un sencillo y escueto flequillo que combina su talante ideológico con la oportunidad política que suponía marcar la diferencia con su odiado antecesor Calígula. 

Retrato de Claudio
Nerón desde su infancia se desmarcó de su padre adoptivo el emperador Claudio, mostrando un largo y cuidado flequillo con una división central, que también llevaron otros príncipes imperiales, como Británico, hijo de Claudio.


Retrato Nerón niño y Británico, hijo de Claudio






Posteriormente luciría un flequillo con mechones torcidos hacia la derecha dispuestos de forma simétrica sobre la frente y durante su estancia en Grecia lo reemplazó por uno más sofisticado que recibe el nombre de coma in gradus formata y que consiste en bandas escalonadas de pelo hacia atrás con el flequillo elevado en una pequeña cresta dejando caer por detrás el cabello.


“No cuidaba del traje ni apostura, y durante su permanencia en Acaya, se le vio dejar caer por detrás el cabello, que llevaba siempre rizado en bucles simétricos.” (Suetonio, Nerón, LI)


Peinado de Nerón, coma in gradus formata, Museo Británico, Londres



Nerón (54–68 d.C.), fanático de las carreras de carros, lucía el pelo al estilo de los aurigas o conductores de carros.



Vespasiano
            

         Tito     
En un probable intento de marcar distancias con el cruel reinado de Nerón los primeros emperadores de la dinastía Flavia, Vespasiano y su hijo Tito, iniciaron un tipo de peinado se distinguiese claramente de su predecesor. En el caso de Vespasiano sus retratos le muestran generalmente calvo y, aunque su hijo Tito aparece representado con los distintivos rizos que también caracterizan a las damas del periodo Flavio, no se puede obviar las entradas que anticipan su inminente calvicie.





Domiciano joven

El emperador Domiciano, hijo y hermano de los anteriores, rompe la tendencia y, a pesar de los documentos existentes describiéndolo calvo, es retratado con bastante pelo al principio, después con algunas entradas y luego recuperando el estilo de Nerón, quizás con la idea de emular tanto su imagen, como su carácter y talante, cruel y obsesivo. Es posible que utilizase pelucas para ocultar su falta de pelo.
Domiciano adulto

“Le disgustaba tanto estar calvo, que tomaba por ofensa personal las bromas o críticas que dirigían en presencia suya a los calvos en general. Sin embargo, en un breve tratado sobre El cuidado del cabello, que publicó con una dedicatoria un amigo suyo; en el que procuraba consolarle con él, le decía después de citar este verso griego:
¿No ves cuán alto y hermoso soy en la estatura?

Pero la misma suerte está reservada a mis cabellos, y los veo con resignada tristeza envejecer antes que yo; convéncete de que no hay nada tan agradable, y tan fugaz a la vez, como la belleza.” (Suetonio, Domiciano, XVIII)

El emperador Trajano (98–117 d.C.) de forma consciente quiso marcar un contraste con el odiado Domiciano y optó, conforme a su estilo militar, dejar caer su flequillo en pequeños mechones sobre la frente y mantener su cabello corto y sin adorno.

Retrato de Trajano


 En época de Nerón se permitió a los griegos entrar en el senado romano lo que trajo una mayor influencia de la cultura helena en la sociedad romana y que motivó el envío de jóvenes a estudiar en Atenas y que a su vuelta aportaron las costumbres de los griegos en todos los ámbitos. También en el estilo de peinado y atuendo que se refleja en la incorporación del pelo ondulado o rizado y la barba al estilo de los filósofos griegos.
Adriano, que desde siempre demostró su filohelenismo y permaneció por largo tiempo en Grecia, se acogió a la nueva moda y fue el primer emperador en lucir pelo rizado y barba, aunque su vanidad y la preocupación por su aspecto le hace aparecer en sus retratos con su cabello peinado con rizos voluminosos cuidados, pero artificiales, que caen sobre la frente y una barba arreglada, con la probable intención de ser referente de la cultura griega. Sin embargo, el aspecto de Adriano se asemeja más a la del político Pericles que a la de los filósofos de Atenas, que si imitó Marco Aurelio de carácter más estoico.

“Fue de elevada estatura, de elegante figura, de cabello ondulado; tenía la barba larga, para cubrir las cicatrices que poseía en su rostro de nacimiento, y una complexión robusta.” (Historia Augusta, Adriano, 26)

Adriano, Museos Capitolinos, Roma

Esta barba con variaciones en su forma y longitud la conservarán los emperadores en sus retratos durante dos siglos más.
Antonino Pío presenta un peinado y barba más similares al de su antecesor Adriano, pero Marco Aurelio, Lucio Vero y Cómodo exhiben cabellos más abultados y rizados y barbas más pobladas, largas y apuntadas.

“Era hermoso de cuerpo, encantador de rostro, de barba casi tan larga como la de los bárbaros, alto y con la frente contraída en las cejas, de forma que inspiraba respeto. Se dice que cuidó tanto sus rubios cabellos que salpicaba su cabeza con polvillo de oro para que su cabellera, al recibir más luz, despidiera destellos dorados.” (Historia Augusta, Vero, 10)

Lucio Vero

"Llevaba siempre teñido su cabello y lo mantenía brillante salpicándolo con limaduras de oro, y quemaba superficialmente su cabellera y su barba por miedo a su barbero." (Historia Augusta, Cómodo, 17)

Cómodo

Durante esta misma época se incrementa el culto a Serapis y el aspecto del dios, con pelo largo y abundante barba, que sus adeptos y sacerdotes imitarán en cierta medida, será representado en los retratos de miembros de la sociedad romana y de la familia imperial hasta la época de Septimio Severo, aunque este último aparece en muchos de sus retratos con pequeños mechones rizados que cuelgan sobre su frente, y que no se veían en sus inmediatos antecesores, que presentaban una frente más despejada.

"Era hermoso, corpulento, de promisa barba, de cabeza cana y rizados cabellos, de rostro venerable y de voz clara, aunque conservó hasta la vejez su acento particular africano." (Historia Augusta, Septimio Severo, 19)

Septimio Severo

El cabello corto de Caracalla y de Geta tiene su origen en un peinado militar que a continuación sería usado por casi todos los emperadores que gobernaron durante la época de la anarquía militar del siglo III d. C. Algunos de sus retratos y de sus sucesores dejan ver patillas y bigote.

Caracalla

El bigote no suele ser característico de los romanos, pero si de los pueblos bárbaros, aunque en el siglo III d.C. parece haber sido aceptable para los jóvenes antes de desarrollar una barba crecida.

“También conviene cortar los pelos del bigote, pues se ensucian al comer; no con navaja de afeitar —pues es una acción baja—, sino con las tijeras de barbero.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, III)




Los retratos de personajes extranjeros considerados bárbaros suelen ser mostrados con cabello largo, descuidado y normalmente con barba sin arreglar.

“Pero generalmente todos los britanos se pintan de color verdinegro con el zumo de gualda, y por eso parecen más fieros en las batallas; dejan crecer el cabello, pelado todo el cuerpo, menos la cabeza y el bigote.”  (Julio César, La Guerra de las Galias, XIV)


Sauromates, rey del Bósforo, Museo de Atenas

A partir del siglo III se adopta un estilo que deja las sienes y la parte cabeza con pelo muy corto, así como la barba que se recorta. 

Filipo el Árabe

Hacia finales del siglo III d.C. durante la Tetrarquía se intentó eliminar cualquier individualidad en favor de una imagen común de los cuatro tetrarcas, retratados con el pelo algo más largo y la barba más poblada, como Diocleciano. 


Diocleciano

Cuando Constantino fue nombrado tetrarca en el año 305 todavía llevaba barba, pero cuando se convirtió en emperador único su imagen oficial cambió y aparecía con el rostro afeitado y el peinado con el flequillo similar al que lucía Trajano en un intentó de ser asimilado a la gloria militar de éste y de simbolizar la restauración del poder y la estabilidad perdida con la crisis del s. III.

Constantino I, Museo Metropolitan, Nueva York

A partir del siglo IV y hasta el siglo VII el cabello se deja más largo y se peina liso hacia delante y con mayor volumen rodeando el rostro. Los personajes nobles llevan una banda o diadema en la cabeza.

“Aunque avances, fastuoso, con el cabello recogido por la diadema y la clámide de Tiro cubra tus hombros al uso de tus antepasados, déjate cautivar mejor por los adornos coloreados de las togas, ya que desde siempre la reelección de un cónsul ha sido algo insólito.” (Sidonio Apolinar, Panegírico de Antemio)

Hijo de Constantino I, ¿Constante?,
Museo Metropolitan, Nueva York


A pesar de que desde Constantino todos los emperadores fueron cristianos, hubo una excepción con Juliano, llamado el Apóstata, que reinó del 360 al 363, un convencido pagano que deseaba volver a las antiguas creencias y que para distinguirse de sus predecesores llevó una barba que reflejaba su admiración por los filósofos griegos. Incluso escribió un libro “Los que odian la barba”, en el que recuerda el ridículo que sufrió por dejarse crecer la barba cuando no estaba de moda.

“De figura y disposición de los miembros como sigue: era de estatura media, de cabellos como peinados y suaves, cubierto de barba hirsuta y terminada en punta.”  (Amiano Marcelino, Retrato de Juliano)

Juliano

Aunque Constantino presenta un rostro afeitado los primeros autores cristianos se declaraban partidarios de que el hombre no debía llevar el cabello largo, que pensaban que debía ser solo adorno de la mujer, pero si debían dejar crecer su barba y no depilarse, porque el pelo era un don de la naturaleza otorgado por Dios, que no debía eliminarse.

“Y he aquí mi opinión respecto al cabello: la cabeza de los hombres esté rapada, salvo si se tienen cabellos rizados; la barba espesa. Que los cabellos no lleguen por debajo de la cabeza, asemejándose a los rizos mujeriles. Los hombres ya tienen bastante con una hermosa barba. Y aunque uno se rasure un poco la barba, no está bien afeitársela del todo, pues es un espectáculo vergonzoso, y también es reprobable afeitarse la barba a ras de piel, por ser una acción semejante a la depilación y al afeite.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, III)

También durante los siglos IV y V llevaban barba algunos usurpadores que intentaron hacerse con el Imperio en contraste a los bien afeitados mandatarios oficiales.

 “Firmo fue de gran estatura, de ojos desorbitados, de cabellos rizado. Tenía la frente cubierta de cicatrices, el rostro un tanto oscuro, el resto del cuerpo blanco, pero velludo e hirsuto de tal manera que la mayoría de las personas le llamaban Cíclope.” (Historia Augusta, Firmo, 4, años 372- 375)   

Retrato de Palmira, Museo de Bilbao

En las provincias orientales se mantuvo la moda impuesta por los retratos de los emperadores adaptando su imagen a sus propias costumbres y gustos. En Egipto y en Palmira, por ejemplo, son fácilmente identificables los retratos que se asemejan a Trajano y Adriano. En la imagen la construcción lineal del flequillo que enmarca la frente en un arco continuo es una adaptación esquematizada del peinado utilizado por Trajano y por muchos de sus contemporáneos dentro del estamento militar.

Los marcados rizos que Adriano introdujo en su reinado y siguieron durante la dinastía antonina se aprecian en el siguiente retrato de El Fayum.


Retrato de El Fayum, Egipto

Para ocultar calvas o presentar mejor aspecto se utilizaban postizos o se pintaba pelo sobre la cabeza calva para aparentar pelo corto, al menos en la distancia:

“Simulas unos cabellos pintados con ungüentos, Febo, y tu sucia calva se cubre con una cabellera pintada. No hay necesidad de buscarle peluquero a tu cabeza: puede raparte mejor, Febo, una esponja.” (Marcial, VI, 57)

En su preocupación por su aspecto los romanos cuidaban su pelo y procuraban evitar su caída. Algunos autores recogieron tratamientos a ese respecto, como Dioscórides, que recomendaba frotar con cebolla las partes de la cabeza afectada con calvicie.

"El otro día, viéndote por casualidad sentado a ti solo, te tomé por tres personas. Me engañó el número de tu calva: tienes cabellos a una parte y tienes a la otra, y tan largos como los que pueden sentar bien incluso a un adolescente; en su mitad, tienes la cabeza desnuda y en un largo espacio no se deja ver ni un solo pelo. Este error te vino bien en diciembre, cuando el emperador distribuyó comida: volviste con tres raciones. Creo que así fue Gerión. Te aconsejo que evites el pórtico de Filipo: ¡cómo te vea Hércules, estás perdido!" (Marcial, Epigramas, V, 49)

Retrato de época de los Severos

Galeno en su obra De Compositione Medicamentorum recoge la siguiente receta tomada de la Cosmética de Cleopatra:

“Contra la pérdida de cabello, hacer una pasta de rejalgar (una forma natural de mono sulfato de arsénico) y mezclarlo con resina de roble, aplicarlo a un paño y ponerlo donde ya se haya limpiado bien con natrón (una forma natural de carbonato de sodio). Yo mismo he añadido espuma de natrón a la receta anterior, y funcionó de verdad.”

No faltaron en el mundo romano los que recurrieron al uso de pelucas para ocultar su calvicie o simplemente para intentar mejorar su imagen. Incluso algunos emperadores hicieron uso de ella, como Otón que llevaba una peluca que le encajaba perfectamente en la cabeza y que le hacía exhibir un artístico peinado.

“Era cuidadoso de su traje, casi tanto como una mujer; se hacía depilar todo el cuerpo y cubría su cabeza, casi calva, con cabellos postizos, ajados y arreglados con tanto arte que nadie lo conocía. Afeitábase todos los días con sumo cuidado y se frotaba con pan mojado, costumbre que había adquirido desde jovencito, con objeto de no tener nunca barba.” (Suetonio, Otón, XII)


Emperador Otón

Los portadores de peluca podían ser objeto de burla y dar lugar a divertidas anécdotas, como la que cuenta en su fábula el poeta Aviano.

“Un jinete calvo que acostumbraba a pegarse en
la cabeza una peluca y a llevar en su desnudo
cráneo los cabellos de otros, llegó al campo de
Marte deslumbrando por el brillo de sus armas y
comenzó a hacer virar con las bridas a su dócil
caballo. Las ráfagas del Bóreas le soplan de
frente dejando a la vista de todos su ridícula
cabeza, pues, una vez que le fue arrancada la
peluca, resplandeció su frente desnuda, que antes,
cuando llevaba pelos, era de otro color. Al darse
cuenta de que tantos miles de personas se reían de
él, eludió la burla echando mano de su astucia y
dijo: «¿Qué hay de raro en que los pelos postizos
hayan huido de aquél al que antes le abandonaron
sus cabellos naturales?” (Aviano, fábula X)




Para hacer carrera política se requería una buena presencia, ir bien vestido y con un aspecto cuidado, pero sin excesos que podían provocar la crítica de los demás. Quintiliano aconseja sobre la apariencia que debe mostrar un buen orador.


“La toga del orador no sea de una tela muy ordinaria, pero tampoco ha de ser de seda; que no tenga desgreñado su cabello, pero que tampoco lo lleve todo rizado y lleno de bucles, siendo así que en aquél que no mira al lujo y liviandad parecen más bellas aquellas cosas que son de suyo más honestas.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, X, 4)




http://www.mac.cat/Media/Files/Flequillos-barbas-y-trenzas.-Notas-sobre-moda-y-peinado-en-la-Roma-antigua; Flequillos, barbas y trenzas. Notas sobre moda y peinado en la Roma antigua; Bruno Ruiz-Nicoli
http://www.dermatologiaterrassa.com/wp-content/uploads/2014/11/Alopecia-en-Roma.pdf; La alopecia en Roma, Xavier Sierra Valentí
http://latijn.pbworks.com/f/The+Portraits+of+Nero.pdf; The Portraits of Nero; Ulrich W. Hiesinger
https://www.academia.edu/4756692/Barbula_tonsa_e_coma_in_gradus_formata._Su_un_ritratto_aquileiese_del_II_secolo_d.C._in_Quaderni_Friulani_di_Archeologia_2005; Barbula tonsa e coma in gradus formata. Su un ritratto aquileiese del II secolo d.C., in: «Quaderni Friulani di Archeologia» 2005; Ludovico Rebaudo
http://www.lavanguardia.com/de-moda/h-hombre-de- vanguardia/20170512/422454106796/hombres-con-historia-tupe-alejandro-magno.html; Fèlix Badía; La Vanguardia, 12/05/2017
Roman Clothing and Fashion, Alexandra Croom, Google Books
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del imperio; Jerome Carcopino, Ed. Temas de Hoy
https://ia801704.us.archive.org/12/items/jstor-310326/310326.pdf; Greek and Roman Barbers, Frank W. Nicolson
Roman Portraits: Sculptures in Stone and Bronze in the Collection of The Metropolitan Museum of Art, Paul Zanker, Google Books

jueves, 17 de agosto de 2017

Grata poma, la fruta en la antigua Roma


Pintural mural, Hipogeo de la Catacumba de San Sebastián, Roma


El consumo de frutas era parte de la dieta entre los pueblos del Mediterráneo antiguo que se habían dedicado en un principio a recolectar frutos silvestres para su alimentación y por ello empezó siendo un símbolo de frugalidad. Pero en la civilización romana, con el desarrollo de las ciudades y la conquista de nuevos territorios, se produjo un refinamiento en el gusto culinario que provocó el deseo de obtener frutos que no se encontraban en los alrededores y que habían de ser importados de lugares lejanos. 


Variedad de frutos, Mausoleo de Santa Constanza, Roma, foto de Samuel López

De esta forma en los primeros tiempos de Roma la fruta fresca se convirtió en un producto de lujo que solo se podían permitir los ricos.

"En una fuente, destinada a los entremeses, había un asno esculpido en bronce de Corinto, con una albarda que contenía de un lado olivas verdes y de otro, negras. En el lomo del animal dos pequeños platos de plata tenían grabados; en el uno, el nombre de Trimalcio, y en el otro, el peso del metal. Arcos en forma de puente sostenían miel y frutas; más lejos, salsas humeantes en tarteras de plata, ciruelas de Siria y granos de granada." (Petronio, Satiricón, XXXI)



Mosaico casa de Aion, Pafos, Chipre, foto Carole Raddato

Sin embargo, la progresiva introducción de mejores injertos y el conocimiento de nuevas técnicas agrícolas permitieron obtener frutas que se conseguían en terrenos, que ajenos a su origen, se convirtieron en adecuados para su cultivo. Además, un huerto de árboles frutales podía formar parte de un hermoso jardín del que su cuidador y propietario podían sentirse orgullosos, por su doble función productiva y estética.


“Y era el jardín muy hermoso y semejante al de los reyes… Tenía toda clase de árboles: manzanos, mirtos, perales y granados, higueras y olivos; en otro lugar una alta vid, que con sus oscuros tonos se apoyaba en los manzanos y perales, como si en frutos compitiera con ellos. Y esto solo en arboleda cultivada. También había cipreses y laureles y plátanos y pinos.” (Longo, Dafnis y Cloe, IV)




Pintura con jardín, casa de Livia, Prima Porta, Museo Nacional Romano, foto de Samuel López


Las frutas, no obstante, siguieron siendo un símbolo de exotismo por su origen extranjero y continuaron denominándose por el lugar de procedencia, por ejemplo: higos de Siria, granada de Cartago, ciruela de Damasco, membrillo de Creta, albaricoque de Persia.La fruta llegó a ser tanto un signo de moderación como de exceso. Suetonio cuenta como el emperador Domiciano, tras hacer una copiosa comida, solo cenaba una manzana.

“Se bañaba al amanecer, y comía abundantemente en su primera comida; de suerte que por la de la tarde no tomaba, ordinariamente, más que una manzana macia y bebía una botella de vino añejo.” (Suetonio, Domiciano, XXI)

Pero, en cambio, y, aunque parce demasiado exagerado en la Historia Augusta se Pero, en cambio, y, aunque parece demasiado exagerado en la Historia Augusta se describe la excesiva ingesta de frutas por parte del emperador Clodio Albino:

“Cordo, que narra en sus libros estos pormenores, dice que fue un glotón y que llegó a devorar una cantidad tan grande de frutas como no tolera la naturaleza humana. En efecto, dice que comió en ayunas quinientos higos-pasas,...y cien melocotones de Campania, diez melones de Ostia, veinte libras de uvas de Labico, cien papafigos y cuatrocientas ostras.” (Historia Augusta, Clodio Albino, XI)



Mosaico con frutas, Zippori (Sepphoris), Israel, foto de Anat Avital


Asimismo, la excentricidad llegó al consumo de un alimento tan natural como la fruta como se muestra en el banquete de Trimalción, en el que para admiración de los invitados se presenta un plato en el que las frutas cobran protagonismo en un alarde de sofisticación culinaria.

“Invitados a aceptar tales presentes, miramos a la mesa, y, como por encanto, la hallamos cubierta por una enorme fuente llena de pastas de diferentes formas; una de ellas, mayor que las restantes, figuraba al dios Priapo, ocupando el centro de la fuente; según costumbre, llevaba una gran fuente llena de uvas y frutas de todas clases. Ya extendíamos una mano ávida hacia tan espléndidos postres, cuando una nueva diversión vino a reanimar nuestra alegría lánguida; de todas aquellas pastas, de todos aquellos frutos, salían al más ligero contacto chorros de un licor azafranado que nos inundaba el rostro dejándonos un sabor ácido. Persuadidos de que debíamos hacer algún acto religioso antes de arrebatar sus frutos a Priapo, hicimos devotamente las libaciones de costumbre, y después de desear felicidades eternas a Augusto, padre de la patria, todos nos apresuramos a coger los sabrosos dulces y apetitosas frutas, ...” (Petronio, Satiricón, LX)




Detalle de mosaico, Museo Nacional Romano, Roma

En las villas agrícolas las frutas suponían, además de un saludable alimento, un aporte complementario a la economía familiar de un campesino o la de una finca productiva. El excedente podía venderse en los mercados locales o destinarse a la fabricación de conservas para consumir durante las épocas de frío. Las frutas ya pasadas podían alimentar a los animales de la villa.



Museo Arqueológico de Nápoles, foto de Carole Raddato

La fruta era un plato que se consumía normalmente al final de una comida principal, como postre (secunda mensa), pero también se servía al principio, como parte de los entrantes o gustatio, o como ingrediente de los guisos, acompañando a carnes y pescados.

"Comía apasionadamente distintas frutas, de tal manera que se las debían servir casi siempre como postre. Por eso existe un juego de palabras que dice que Alejandro no comía segundo plato (secunda mensa), sino que lo comía por segunda vez." (Historia Augusta, Alejandro Severo, 37)



Mosaico de Junio, Túnez


No terminar una cena con fruta como postre era motivo de queja para los aficionados a comer, como se lamenta Marcial en uno de sus epigramas:

“Estuvimos en tu casa, Mancino, sesenta invitados y no se nos sirvió ayer nada más que un jabalí. Nada de las uvas que se guardan de las cepas tardanas, ni manzanas enmeladas, que compiten con los dulces panales; ni peras que cuelgan atadas con una larga hebra de esparto, o granadas púnicas, que imitan [en su color] a las efímeras rosas…” ((Epigramas, I, 43)

Al igual que con el vino, que en algunas cenas se hacían distinciones entre los invitados, ofreciendo a unos y otros vinos de diferente calidad, la fruta podía ser un elemento que indicaba las preferencias del anfitrión sobre sus comensales.

“Virrón mandará traer para él y para los restantes Virrones las manzanas aquellas cuyo solo olor alimenta, como las que tenía el otoño perpetuo de los feacios, las que podrías creer que han sido robadas a las hermanas africanas. Tú saborearás una manzana roñosa, la que roe en el Muro el que se viste con rodela y yelmo y, temeroso del látigo, aprende a lanzar dardos desde encima de una cabra peluda.” (Juvenal, Sátiras, V)



Pintura de casa de Julia Félix, Pompeya

Varrón describe cómo algunos propietarios construían unos edificios para conservas las frutas en los que se llegaba a celebrar banquetes, pero critica a los anfitriones que hacían pasar por fruta recogida de sus huertos a la que habían comprado en los mercados de la ciudad.

“Y por ello quienes construyen fruteros, procuran que tengan ventanas orientadas hacia el norte para que se ventilen, pero con postigos para que no se pasen con el viento pertinaz perdiendo la humedad; por eso mismo, para que sea más frío, hacen sus techos, paredes y suelos con cemento de mármol. Algunos incluso suelen disponer ahí un comedor para cenar. De hecho, si el lujo les ha permitido a algunos que lo hagan en salas con pinturas donde el espectáculo se da por el arte, ¿por qué no van a usar lo que la naturaleza da en ordenada belleza de frutos? Sobre todo, cuando no hay que hacer lo que algunos hacen, que habiendo comprado en Roma la fruta, la llevan al campo y la colocan en los fruteros para un banquete.” (De Agricultura, L. I)



Pintura de villa de Popea, Oplontis, Italia


La fruta no solo se ofrecía en las comidas principales del día, sino que también formaba parte de un tentempié a tomar en cualquier momento, a juzgar por lo escrito por Suetonio sobre Octavio Augusto.

“En una carta dice: He comido en el carruaje pan y dátiles, y en otra: Al regresar del palacio de Numa a mi casa, comí en la litera una onza de pan y algunas pasas.” (Vida de Octavio, LXXVI)



Mosaico con cosecha de dátiles, Bosra, Siria

En Roma se empezaba el año regalando dátiles, higos y miel, como ofrenda propiciatoria a los dioses que debían permitir iniciar y finalizar el año con dulzura.

“¿Qué significan los dátiles y los arrugados higos?, ¿y la brillante miel ofrecida en un níveo vaso frasco?
Es un augurio, para que el sabor dulce se mantenga en todas las cosas y que el dulce año acabe igual que comenzó.”
(Ovidio, Fastos, I)


Aunque parece que el dátil se consideraba un regalo de inferior calidad.

“El dátil dorado se regala en las calendas de Jano; pero, sin embargo, éste suele ser el regalo del pobre.” (Marcial, Epigramas, XIV, 27)


Los higos eran un alimento nutritivo consumido como tentempié, postre, o aderezo de platos con salsas. Se tomaba acompañado con frutos secos como las nueces.


“Y si tras largo tiempo me visitaba huésped o vecino
libre de faena por la lluvia en visita de cumplido,
nos regalábamos no con peces traídos de la ciudad,
sino con un pollo y un cabrito; luego, los postres
los adornaba con uva pasa y nuez con higos partidos.”
(Horacio, Sat. II, 2)



Mosaico con higos, cubículo de la fruta, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Era un alimento considerado barato y rústico e incluso de condición servil. Catón hacía reducir la ración de comida diaria de los esclavos cuando era la temporada de higos, ya que éstos por su alto contenido nutritivo podía sustituir a otros alimentos. Para Catón la ración necesaria para los esclavos encadenados era de cinco libras de pan en época de cavar el viñedo hasta la época en la que aparecían los higos, cuando reducía la cantidad a cuatro libras.

“Los higos pasos cumplen la función del pan con su acompañamiento, pues Catón, que establece por una especie de ley la ración estricta de los trabajadores del campo, ordena disminuirla en la época de maduración de los higos. Hace poco se ha tenido la idea de tomar él queso, en vez de con sal, con higos frescos.” (Plinio, Historia Natural, XV, 83)



Pintura romana, Museo Nacional Romano, Roma, foto de Samuel López

Aun así, gustaban al propio emperador Augusto, bastante frugal en su alimentación.

“Gustaba especialmente de pan mezclado, de pescados pequeños, de quesos hechos a mano y de higos frescos, de la especie que madura dos veces al año…” (Suetonio, Vida de Octavio, LXXVI)

Los higos se cultivaban bien en toda el área mediterránea, incluso en tierras muy cálidas. Parece que los romanos los conocieron por los fenicios que introdujeron su cultivo y, de hecho, en un primer momento se importaban de Cartago. El higo africano se denominaba así desde los tiempos de la anécdota de Catón que habría provocado la III guerra púnica:

“Así que Catón, dominado por su odio mortal contra Cartago, preocupado por el futuro de Roma, gritaba cada vez que se reunía el Senado, que Cartago debía ser destruida. Un día llevó a la Curia un higo temprano de la provincia de Cartago y enseñándolo a los miembros del Senado les preguntó: ¿Cuándo creéis que ha sido este fruto cogido del árbol? Todos respondieron que se veía muy fresco y entonces él contestó: Ha sido cogido hace tres días en Cartago, así de cerca de nuestra ciudad se encuentra el enemigo.” (Plinio, Historia Natural, V, 68)





Los higos procedentes de Grecia eran muy apreciados en la antigüedad y Marcial escribe sobre el sabor picante de los higos originarios de la isla griega de Quíos:

"El higo de Quíos es semejante al añejo Baco que envió Setia: él mismo lleva consigo puro vino y él mismo, sal.” (Marcial, Epigramas, XIII, 23)

Algunos escritos documentan que las higueras de Siria daban fruto tres veces al año: las brevas, en los inicios del verano; después los higos y una vez entrado el otoño, con tiempo más frío, volvían a florecer y salían unos pequeños higos, llamados cotanas.

“Estos que te han llegado envasados en un tarro redondo y cónico, pequeños higos de Siria (cottanas), si fueran más gordos, serían higos.” (Marcial, Epigramas, XIII, 28)



Mosaico con granado, Basílica, Heraclea Lincestis, Macedonia

El granado originario de la zona de Persia también se extendió por el Mediterráneo gracias a los fenicios. Se cultivaba en todo el norte de África y siendo su piel muy resistente aguantaba los largos viajes en caravana por lo que fue fácil su exportación. En Roma Plinio la llama malum punicam y pudo haber sido introducida por los soldados que volvían de Cartago.

En todas las culturas antiguas se relacionaba con la fertilidad y con la regeneración de la vida, quizás debido a su color rojo y sus abundantes granos. En todas las culturas antiguas se relacionaba con la fertilidad y con la regeneración de la vid En todas las culturas antiguas se relacionaba con la fertilidad y con la regeneración de la vida, quizás debido a su color rojo y sus abundantes granos.



Jardín con granado, casa de Livia, Prima Porta, Museo Nacional Romano, Roma

La granada era, entre los griegos, símbolo de Hera como diosa del matrimonio y la fecundidad, pero también de otras diosas como Perséfone, hija de Deméter, a la que Hades raptó y dio a comer granos del fruto de la granada, lo que le impidió volver a la Tierra. Su madre, diosa de la agricultura, había ido en su búsqueda y la tierra se volvió estéril, pero finalmente consiguió que el padre de los dioses, Zeus, le concediese que su hija regresara con ella varios meses al año, en los que todo se vuelve fértil de nuevo. Debido a ello la granada representó en el mundo griego y romano la fertilidad y la vuelta a la vida, quizás debido a su color rojo y sus abundantes granos.

<Carta a Flaviano pidiendo el envío de unas granadas>

"Por donde al impulso del Austro viene el cartaginés a las costas de Ausonia, si ya a la sazón tu campito en nave africana te ha mandado granadas traídas por el mar tirreno, te ruego que aflojes algunas de ellas para nuestros paladares…
Te ruego que me mandes esas que están preñadas de granos muy juntos y apretados en poco sitio, como escuadrones que en el campamento cuadran sus lados con la tropa amiga, o como hilos que se entrelazan para sacar tela intrincada de donde rojas madejas van trabando finas mallas.
Pues, para que los granos con el mucho peso no se licúen, están distribuidos en casas y reparten por bloques su peso.
A que yo te pida éstas, amigo mío, me obliga la indisposición de un largo empacho, que un regusto de hiel me amarga la boca y no deja que mi paladar saboree nada dulce." 
(Rufo Festo Avieno, Antología Latina, 876)






Ya en época cristiana se seguía representando a la granada como símbolo de abundancia. En un tapiz del siglo VI d.C., aparece la imagen de la diosa Hestia con un tocado de la cabeza en el que figuran granadas que evocan riqueza y prosperidad.


Tapiz de Hestia, Dunbarton Oaks Collection, Washington D.C.

El membrillo, originario de Asia menor, se llamaba en Roma manzana cidonia porque de Cidonia, ciudad de Creta, procedían los mejores. En Grecia se relacionaba esta fruta con Afrodita, diosa del amor, y quizás por ello era costumbre que las novias comiesen un trozo de membrillo, para perfumar el aliento, antes de quedarse a solas con el esposo en la noche de bodas. antes de quedarse a solas con el esposo en la noche de bodas.

El membrillo por su carne áspera no se podía comer crudo y había que cocerlo y se destinaba a preparar postres como el dulce de membrillo que se hacía con miel, la cual servía también como conservante.

“Si te sirvieran membrillos pochos de miel cecropia, dirías: “Estos membrillos enmelados me gustan.” (Marcial, XIII, 24)



Pintura con membrillos, Casa de Livia, Prima Porta, Museo Nacional Romano, foto de Samuel López

El cidro procedía de la antigua Media y los griegos admiraban el aroma de sus hojas y sus frutos. Su corteza amarilla, gruesa y rugosa, se consideraba aromática y estimulante y, aunque no se podía comer en crudo, por su zumo agrio, el jarabe de cidra se usaba para endulzar y aromatizar bebidas medicinales.

“Se alza el árbol maravilloso del cidro semejante al laurel,
preferible a todos los bienes que nos trae el otoño.
Estas frutas adornan las mesas, también ofrecen remedio
cuando una tos jadeante sacude a los ancianos corvos.

Toda especie de fruta debe hacer la reverencia al cidro,
que tantas virtudes encierra en su cáscara y su centro.
Cada fruto tiene su zumito particular y propio,
en él la boca cosecha siempre tres sabores diversos.”

(Antología Latina, Epigramas, 170-1)



Domus Ortaglia, Brescia, Italia, foto de Stefano Bolognini


El limón, originario de Media, no se aclimató al clima de Occidente hasta principios del siglo I d.C. y ya en el siglo II se convirtió en un fruto tan apreciado que empezó a cultivarse en Cerdeña y Nápoles con gran exposición al sol y bien cubiertos en invierno. Estaba indicado como antídoto para venenos y se empleaba para perfumar el aliento y como ingrediente de curar la tos.

"La Media produce los jugos ácidos y el sabor persistente
el saludable limón, en comparación del cual ningún
remedio hay más enérgico ni expele mejor de los miembros
el negro veneno, cuando las crueles madrastras emponzoñaron
las bebidas, mezclando hierbas y maléficos conjuros.
El árbol mismo es muy grande y por su aspecto parecido
al laurel en todo y, si no despidiese a lo lejos un olor muy
diferente, laurel sería; las hojas resisten el embate de todos
los vientos, la flora es la más tenaz de todas; los medos
se sirven de él para sus bocas y alientos fétidos y curan
el asma de los viejos."
 (Virgilio, Geórgicas, II, 126)



Cerezas, Pintura de Alma-Tadema

Las cerezas, que eran de las primeras frutas de la temporada, se introdujeron en la península itálica tras la victoria de L. Lúculo sobre Mitrídates en el año 73 a.C.

“Se ha obrado injustamente con Lúculo —el primero que llevó a los romanos las cerezas del Ponto y extendió su conocimiento por Italia— ya que no se le ha consagrado como autor del nuevo fruto siendo su difusor.” (Tertuliano, Apologética, XI, 8)

Las ciruelas de denominaban Damascenas por su procedencia siria y se comían frescas o secas.

“Ciruelas rugosas por la sequedad de una vejez extranjera; tómalas: suelen deshacer el atasco de un vientre duro.” (Marcial, Epigramas, XIII, 29)


La manzana es una fruta proveniente de Europa oriental que fue introducida en Italia por los griegos dorios del sur. Necesita un clima templado y húmedo y que se ve afectada por las heladas. Ha servido de alimento desde los primeros tiempos y es muy apreciada porque se conserva durante largo tiempo. 

Un caballero botánico, amigo de Augusto, G. Matio comercializó con gran éxito un género de manzanas que se llamaron macianas (mala mattiana), término del que deriva la actual palabra manzana.



“Estas como premio podrían frenar a jóvenes corredoras, estas habrían de darse a Venus en el juicio de Paris, porque estas manzanas amarillean con color tan suyo que con su dorado triunfan sobre el metal verdadero.” (Antología Latina)




Cesto de frutas, Casa de los Ciervos, Herculano, foto de Samuel López

Las manzanas de la región del Piceno eran especialmente apreciadas y se dice que había un juego que consistía en apretar sus pepitas entre los dedos y lograr que salieran disparadas. Si alcanzaban el techo se consideraba señal de buena suerte.


“¿Y qué? Cuando, al quitarle la pepita a la manzana picena, te regocijas si por suerte das con ella en el techo.” (Horacio, Sátira II, 3)

De la fermentación de su zumo se obtenía la sidra, bebida alcohólica, que según Plinio tenía aplicaciones medicinales y que ya se elaboraba en el norte de Hispania antes de la conquista romana.



Mosaico con peras, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Las peras también tenían su origen en Europa oriental. Las más tempranas se recogían días antes de madurar y las más tardías se dejaban madurar en el árbol con las primeras heladas. Plinio cita las diferentes denominaciones que se les daba según los autores de sus injertos o de su procedencia. A las preferidas de Tiberio se les dio su nombre.

“Se llaman tiberianas las que más le gustaban al emperador Tiberio; éstas colorean más con el sol y ganan tamaño.” (Plinio, Historia Natural, XV)

El melocotón, originario de China, se importaba desde Persia y era apreciado porque no provocaba problemas estomacales, pero, sin embargo, era un producto caro por su corta duración. Su variedad más temprana, el albaricoque, se utilizaba en la cocina para preparar ciertos platos. Apicio da una receta para elaborar un plato con albaricoques, Gustum de praecoquis en el que se mezclan con miel, vino y menta entre otros ingredientes.



Pintura con fruta (¿melocotones?), Museo Arqueológico de Nápoles, foto de Samuel López

Las moras eran frutas de verano:

“De rojas moras adorna los almuerzos del verano Junio, al que dio nombre Juventud dichosa.” (Antología Latina, 117)


Así como el melón:

“Agosto bien se recuece con ardores de Faetonte
y cansado lo alivian el búcaro, el abanico, el melón.”
(Antología Latina, 117)



Pintura de John William Godward

Los melones de la época no eran como los actuales probablemente ni en forma ni en sabor. Plinio habla en el siglo I d.C. de una variedad del pepino que se cultiva en Campania y que puede parecerse al melón.

“Recientemente se ha cultivado un pepino diferente en Campania, que se parece al membrillo. Me han dicho que, por accidente, el primero cogió esa forma al crecer, y que de su semilla se han reproducido los otros. Se le ha llamado a esta variedad `melopepo’. No cuelga mientras crece, sino que se hace redondo en el suelo. Es destacable en él, además de su forma, color y olor, que cuando madura, aunque no cuelga del tallo, se separa de él por un rabillo.” (Plinio, Historia Natural, XIX, 23)


Mosaico con ¿melón?, Kursi, Israel, foto de Anat Avital

Todos los escritores botánicos que escribieron sobre el melón posteriormente se refirieron a él como refrescante y de gran contenido de agua. Por ello es difícil saber también en que momento se refieren a melón o sandía. 

La uva no solo se cultivaba para hacer vino, sino que se consumía en la mesa.


“Inadecuada para las copas y uva inútil para Lieo; pero, si no me bebes, seré para ti Néctar.” (Marcial, Epigramas, XIV, 22)





Para hacer conservas, sobre todo en el entorno rural, se introducía la fruta en miel, vino, vinagre, salmuera o una mezcla de todo. Las uvas dejadas secar al sol, se consumían como postre, junto a la fresca.


“Si quieres regalarte con los postres, se te presentarán uvas pasas, y peras que llevan el nombre de los sirios, y castañas asadas a fuego lento que produjo la docta Nápoles.” (Marcial, Epigramas, V, 78)





Los vinos frutales se obtenían con alcohol de las frutas cuyo jugo era posible fermentar y se preparaban en las regiones donde el cultivo de la vid era difícil, destacando por su poder astringente. Eran apropiados para su consumo en el campo y tenían aplicaciones medicinales.

“El vino de granadas se hará del siguiente modo: se echan en un capazo de palma los granos maduros bien limpios, se exprimen en un torno de prensa y se cuecen a fuego lento hasta que se evapore la mitad. Cuando hayan enfriado, se meten en recipientes cubiertos de pez y yeso. Hay algunos que no cuecen el jugo, sino que añaden una libra de miel por cada sextario y lo guardan en los mencionados recipientes.” (Paladio, De Agricultura, IV, 10)



Detalle de mosaico, Museo del Bardo, Túnez

El dios Vertumno, propiamente romano y de origen etrusco era una divinidad protectora de los huertos frutales y de los cambios de estación. Se casó con Pomona, ninfa romana de las frutas, huertos y jardines, sin procedencia griega, tras convencerla de la conveniencia de contraer matrimonio, disfrazado de anciana y descubriendo luego su verdadera apariencia.

“Por aquí antaño el Tíber tenía su curso y, cuentan,
se oía el sonido de los remos que golpeaban las aguas;
pero, desde que aquél cedió tanto a sus hijos adoptivos,
me llamo dios Vertumno por la corriente volteada.
O, porque recibo los frutos del año que da vueltas,
creéis que los ritos de Vertumno vuelven de nuevo.
Para mí la primera uva varía a morados racimos
y la rubia espiga se hincha de granos lechosos;
aquí ves enrojecer las dulces cerezas, aquí las ciruelas
de otoño y las moras en los días de verano;
aquí el que injerta cumple sus promesas con una corona de frutas,
cuando el peral produce manzanas en su rebelde tronco.”
(Propercio, Elegías, IV, 2)



Mosaico de ¿Vertumnus?, Museo Arqueológico Nacional, Madrid

Pomona la que el campo ama y las ramas que felices frutos llevan (Ovidio, Metamorfosis, XIV) gustaba de los huertos bien cuidados y se le dedicaba un culto dirigido por un flamen menor en el otoño cuando se recogían las cosechas. Con el tiempo otros dioses acapararon sus funciones y acabaron siendo venerados en su lugar, como Ceres, Fortuna o Baco.


Fiesta de Pomona, pintura de Alma-Tadema

Bibliografía:

https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3852414.pdf; El papel de la fruta en la gastronomía romana de época imperial; Amalia Lejavitzer
revistarivar.cl/images/vol2-n6/7_Garcia.pdf; La fruta en la vida cotidiana de los antiguos griegos; María José García Soler
https://www.livescience.com/59896-ancient-citrus-trade-routes.html; Sour Note: In Ancient Rome, Lemons Were Only for the Rich; Laura Geggel, LiveScience 21 Julio 2017
Historia de las plantas en el mundo antiguo; Santiago Segura Munguía, Javier Torres Ripa; CSIC, Google Books
A Dictionary of Polite Literature, Google Books
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC4512189/pdf/mcv077.pdf; Origin and emergence of the sweet dessert watermelon, Citrullus lanatus; Harry S. Paris
http://www.ngenespanol.com/futuro-de-la-comida/15/08/25/la-sandia-y-su-historia-secreta-5-milenios-frutos-antiguedad/; La sandía y su historia secreta de 5,000 años; Mark Strauss, National Geographic en español
Plinio, Historia Natural