martes, 24 de mayo de 2016

Ornatus mulierum, maquillaje en la antigua Roma


Retrato de El Fayum, Museo del Louvre, París

"La hermosura es un don del cielo, mas cuán pocas se enorgullecen, de poseerlo; la mayor parte de vosotras está privada de tan rica dote, pero los afeites hermosean el semblante que desmerece mucho si se trata con descuido, …" (Ovidio, Arte de Amar)

Las damas romanas dedicaban desde por la mañana un gran cuidado a resaltar sus encantos de forma artificial con la aplicación de productos cosméticos destinados a disimular imperfecciones y mejorar el tono de su piel.
Ya en el siglo II a. C.  Plauto deja una descripción de lo que podía ser el aseo de una matrona romana por la mañana:

“Pues nosotras sin interrupción desde la Aurora hasta este momento, ambas nunca cesamos deliberadamente de lavarnos, restregarnos, frotarnos, o embellecernos, cepillarnos, pulirnos, pintarnos, maquillarnos; y dos esclavas las cuales nos han ofrecido a cada una de nosotras, se han esforzado en lavarnos y limpiarnos y dos hombres están fatigados de traer agua.” (Poenulus, I, 2)

Pintura de John William Godward

Se considera, en todo caso, que desde el siglo II a.C. se incrementaron todas las prácticas relacionadas con el lujo y al refinamiento, incluyendo la del maquillaje, por influencia de la cultura griega de época helenística. Los historiadores de la época interpretaron esta tendencia como una muestra de declive moral y dataron el cambio en el año 202 a. C., como corolario indeseable de la victoria romana sobre los cartagineses en la Segunda Guerra Púnica.

En esta época ya se pueden encontrar en la literatura las primeras referencias hostiles al maquillaje femenino en Plauto y en Terencio.

Tr.— ¿A santo de qué has tenido el atrevimiento de acercarte a nuestra puerta chorreando perfumes y con la cara llena de colorete?
As.— ¡Pobre de mí!, si es que se me han subido los colores a la cara con tus gritos.
Tr.— Conque sí, conque te has puesto colorada, ¿eh? Como si hubieras dejado a algún punto de tu cuerpo la posibilidad de coger color alguno, malvada, si te has embadurnado los carrillos con colorete y el cuerpo entero de polvos de talco. Sois malas de verdad. (Plauto, Truculento, II, 2)

Pintura de John William Godward

El maquillaje era también una forma de diferenciar los sexos y sus funciones en la sociedad, ya que la mujer se maquillaba y permanecía socialmente en el espacio privado porque la vida pública correspondía al hombre, que se arreglaba menos, ya que si se maquillaba demasiado se ponía en duda su valía para dicha vida. De la misma manera, el color propio de la piel de la mujer era el blanco ya que encerrada en la casa no podía tener otro, y además se asociaba a la pureza y la juventud, mientras que en el hombre se valoraba el color bronceado de la piel, que se adquiría con la exposición al sol y el ejercicio al aire libre, porque si su aspecto era pálido se consideraba que estaba enfermo o enamorado.

“Preséntate aseado, y que el ejercicio del campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una toga bien hecha y airosa.” (Ovidio, Arte de Amar, I)


Venus y Marte, Pintura de Pompeya

Los hombres afeminados que se convertían en bailarines o artistas profesionales solían maquillar su rostro para resaltar su desviación sexual ante los demás. En El Satiricón, el cinaedus (hombre afeminado), que los protagonistas conocen, lleva una capa de greda.

“Y entre las arrugas de sus mejillas había tanto maquillaje que se diría una pared desconchada y a punto de desplomarse por la lluvia.” (Petronio, Satiricón, 23)

Si una mujer no era atractiva naturalmente para atraer a un hombre, el uso de cosméticos y perfumes creaba la posibilidad de que lo hiciera. Potencialmente, como mínimo, el recurso a los cosméticos y perfumes creaba la posibilidad para cualquier mujer de manipular a un hombre.

“Pero concedamos que de cara destaque por hermosa cuanto quiera y de sus miembros todos brote fuerza de amor: es evidente que también hay otras; evidente que sin ella estuvimos antes viviendo; evidente que hace y sabemos que hace todo lo mismo que la fea, que la pobre se sahúma ella sola de asquerosos hedores mientras sus criadas se alejan y a escondidas se ríen.” (Lucrecio, De rerum natura, IV, 1170)

El uso de cosméticos y perfumes también expresaba el control de las mujeres sobre sus propios cuerpos que es un limitado y privado poder opuesto a la influencia pública del hombre. Las mujeres también establecían su propio sentido de la independencia a través de la posesión de objetos asociados al maquillaje. Los tarros, espejos y otros objetos usados en el proceso del maquillaje eran frecuentemente valiosos. Las imágenes visuales a veces reflejan la riqueza y el estatus a través de la posesión de estos artículos de tocador.

Pintura de John William Godward

Algunos productos servían, además de blanquear la tez, para que resplandeciera. Este candor, o efecto resplandeciente, es un recuerdo de la belleza de diosas y seres semidivinos, refiriéndose tanto a su eterna lozanía como a su pureza moral. Horacio en sus odas describe la belleza de la ninfa Glicera como “más brillante que el mármol de Paros”.

Por tanto, el color que más se apreciaba en la cara femenina era la blancura o palidez (candor), especialmente cuando ésta contrastaba con el rubor (rubor) de las mejillas, comparando esos tonos a los elementos de la naturaleza, como las flores (el lirio y la rosa), la leche o el color del cielo al amanecer.

“Lavinia oye las quejas de su madre inundadas de lágrimas las ardientes mejillas que un intenso rubor abrasa y se difunde al punto por su rostro encendido. Como cuando se tiñe el índico marfil con el rojo de sangre de la púrpura o el albor de los lirios se arrebola entre la grana de abundantes rosas, así eran los colores que lucía la muchacha en el rostro.” (Virgilio, Eneida, XII)

Solo se utilizaban estas comparaciones para describir la belleza masculina cuando se hacía referencia a los personajes de los mitos que sobresalían por sus cualidades físicas. Como el caso de Narciso, enamorado de su propia imagen, que describe Ovidio.

“Se extasía ante sí mismo y permanece inmóvil y con el semblante inalterable, como una estatua tallada en mármol de Paros. Apoyado en tierra contempla el doble astro de sus ojos, sus cabellos, dignos de Baco y dignos de Apolo, sus mejillas lampiñas, su cuello de marfil, la gracia de su boca, y el color sonrosado que se mezcla con una nívea blancura, y se admira él de todo lo que le hace admirable.” (Metamorfosis, III)

Ovidio describe a su amante Corina diciendo “en su rostro aún resplandecen el lirio y la rosa.”

¿Por qué un tercero ha de participar de tales dichas?» Así desahogué lo que me dictaba la cólera, y ella, reconociéndose culpable, se encendió de rubor. Como, se pinta el cielo cuando aparece la esposa de Titón, o la doncella que ve la primera vez a su prometido; como brilla la rosa purpurina en medio de los lirios, o se detienen los encantados corceles de la luna, o cual tiñe la mujer Meonia el marfil de Asiria porque no se vuelva amarillento con los años, así se pintó de púrpura su rostro, o con matices muy semejantes, y acaso nunca resplandeció más hermosa. (Amores, II, 5)

Pintura Guillaume Seignac

 En este sentido, tanto Horacio como Virgilio aprecian el color blanco (albus, candidus) de la tez; a pesar de que algunos se quejan de que el color blanco (candor) de su amada era artificial, como Propercio.

“A menudo he alabado tu versátil belleza,
hasta pensar por amor que eras lo que no eras;
y muchas veces he comparado 

tus colores con la rosada Aurora, 
cuando la blancura de tu rostro era artificial.” (Elegías, III, 24)

 Ovidio en su obra De Medicamina Faciae aconseja como usar el maquillaje para hacer que sus rostros brillen y luzcan pálidos.

“Ahora que has dormido bien, y tus delicados miembros están frescos, te voy a enseñar cómo hacer más pálida tu piel. Quita la cáscara a la cebada que nuestras naves traen a nuestras costas desde los campos de Libia. Toma dos libras de cebada pelada y una cantidad igual de yero empapadas en diez huevos. Deja secar la mezcla al aire y hazlo moler en el molino que el lento asno mueve. Tritura también los primeros cuernos que caen del vivaz ciervo (añade un sexto de un sólido de as). Machácalo hasta que sea polvo y pásalo por un hondo tamiz. Añade doce bulbos de narciso sin piel y aplástalo con fuerza sobre mármol puro. Añade a un sexto de libra goma y semilla Toscana, nueve veces esa cantidad de miel. Quien trate su piel con tal cosmético brillará más que su espejo”.

Belleza clásica, John William Godward, Colección de Fred y Sherry Ross

 Ovidio reconoce que el objetivo primario del maquillaje es conseguir el contraste entre blancura y rubor. Por tanto, los dos colores de maquillaje más frecuentemente documentados sean precisamente el blanco y el rojo (junto a un tercero, el negro, para perfilar cejas o sombrear párpados).


FILEMATIO.— Dame la crema blanca. (cerusa)
ESCAFA.— Pues ¿qué falta te hace?
FILEM.— Sí, para darme en las mejillas.
ESC.— Eso es igual que si quisieras poner el marfil más blanco con tinta.
 FILÓL.— (Aparte.) Muy bien dicho eso del marfil y la tinta, bravo, ¡un aplauso para Escafa!
FILEM.— Entonces dame el colorete. (purpurissimum)
ESC.— No te lo doy; estás tú buena: ¿quieres estropear con una nueva mano de pintura una obra de arte tan preciosísima? Esa edad no necesita pinturas de ninguna clase: ni crema blanca, ni blanco de Melos, ni afeites de ninguna clase. (Plauto, Mostellaria)

El color blanco de la piel se adquiría con la aplicación de albayalde (cerusa), un compuesto de carbonato de plomo que se vendía en pastillas, las cuales al desmenuzarse hasta formar unos polvos blancos permitían su uso. A pesar de saber desde muy antiguo que era un producto tóxico, las damas griegas y romanas lo usaban con frecuencia. Plinio explica el proceso de su elaboración.

 "El psimmythium, es decir, el albayalde, en las oficinas la mejor es la de Rodas. Se hace con raspaduras muy pequeñas de plomo, que ponemos en la parte superior de un vaso lleno de vinagre muy fuerte, que lo disuelve y roe. Esto cae en el vinagre que una vez se seca, se muele y tamiza, vuelto al vinagre, se divide en pastillas, y se seca al sol en verano. Otro proceso: Se pone el plomo en frascos de vinagre, y se tapa durante diez días y luego se raspa el moho que se forma y se vuelve a poner en vinagre, hasta que todo el plomo se ha consumido.
 Lo que se ha raspado es triturado, tamizado, tostado en platos y mientras se revuelve con una espátula hasta que la sustancia enrojece y se vuelve similar al sandaraque luego se lava con agua dulce poco a poco hasta que desaparecen las manchas y, por último, se seca como se señaló anteriormente, y se dividió en pastillas. Las propiedades del Albayalde son las mismas que las sustancias de las que he hablado, pero es más suave, además, las mujeres lo utilizan para blanquear la tez. Bebido es un veneno, como la escoria de plata: si por segunda vez se tuesta el albayalde se pone rojo." (Plinio, Historia Natural, XXXIV, 54)

Maquillaje blanco en pastillas, Museo Keramikos, Atenas

El mismo Plinio añade que el efecto nocivo del albayalde, que incluía plomo, se contrarrestaba con el malvavisco (malva), entre otros remedios.

Se cita también como cosmético blanqueante la marga blanca o melinum, arcilla de Melos con carbonato de calcio, que Plinio describió como excesivamente graso. La creta, polvo de tiza, se consideraba menos peligroso que el albayalde y se aplicaba mezclada con vinagre. Horacio lo describe como muy húmedo. Marcial advirtió a las mujeres que se aplicaban creta o cerussa resguardarse de la lluvia y protegerse del sol para evitar los surcos que podían dejar en la cara al deshacerse.

“... quam cretata timet Fabulla nimbum,
cerussata timet Sabella solum ...”

"...Como Fabula, cargada de maquillaje, teme a un nublado y Sabela, embadurnada de cerusa, teme al sol." (Marcial, Epigramas, II, 41)

El yeso, gypsum, sulfato de calcio hidratado, fue un producto más barato y menos tóxico, aplicado para blanquear el rostro, que pudo haber sido utilizado en el teatro griego antes de las máscaras conocidas posteriormente. Su capacidad de secado rápido lo convertía en una capa rígida que podría resquebrajarse pronto y provocar su rotura y caída.


Pintura pompeyana, Museo Arqueológico de Nápoles

El médico Aecio del siglo VI d.C.  proponía un remedio para eliminar tatuajes y marcas de la piel mezclando gypsum, carbonato de sodio y resina de terebinto, que por su efecto corrosivo pudo ser eficaz.

La mujer de tez morena ansiaba conseguir el tono pálido de cualquier forma, por lo que probaba distintos métodos, como hace Lícoris, personaje recurrente de los epigramas de Marcial.

"…así Lícoris, que es más negra que la mora que se cae [de madura], se gusta a sí misma embadurnada de albayalde." (Epigramas, I, 72)


"La negra Licoris se marchó a Tíbur de Hércules, pensando que allí todo se volvía blanco." (IV, 6)

Un ligero tono rosado en las mejillas se consideraba atractivo y muestra de buena salud.  El cinabrio o bermellón (sulfuro de mercurio) que añadía el tono encarnado deseado se importaba de España y la India También el minio (óxido de plomo o plomo rojo) procedente de España, de las minas del río Miño, se empleaba para proporcionar el deseado rubor en el rostro.

“Bissula no es imitable ni con ceras ni tinturas. 
Su belleza natural no se acomoda a arte ficticio.
Bermellón y albayalde, pintad a otras doncellas,
La mano no conoce esta armonía del rostro.
Por lo tanto, anda, pintor,
Funde las rosas púnicas y mezcla los lirios,
Cualquiera de aquellos será el color del aire,
El mismo sea el del rostro.” (Ausonio, Bissula)

Maquillaje rojo, Museo Keramikos, Atenas

Para lograrlo además se utilizaba purpurissum (púrpura de Tiro); rubrica, el ocre rojo, importado de Bélgica, que se molía en polvo y era caro; el fucus, derivado de un alga, que proporcionaba un ligero color marrón. Otras alternativas más baratas eran aplicarse pétalos de rosa y amapola machacados: 

“Vi a una mujer que, sumergiendo amapolas en agua fría, las machacaba y frotaba con ellas sus mejillas delicadas… (Ovidio, Medicamina), también el zumo de mora (morum) y los posos de vino (faex). 

Horacio cita estos últimos para dar color a los actores en sus actuaciones.

“Se dice que Tespis ideó el género ignoto de la trágica Camena y en carretas llevó sus obras para ser cantadas y representadas por unos con cara tiznada de heces de vino.” (Ars Poetica, 275)

El principal ingrediente en el maquillaje de ojos era el khol, hecho de galena (sulfuro de plomo), a los que se añadía ceniza u hollín, y, a veces azafrán, para mejorar el olor. El plomo que contenía resultaba tóxico. Se aplicaba con un palito redondo, hecho de marfil, cristal, hueso o madera, que se mojaba en aceite o agua de rosas primero. El uso del khol provenía de Oriente, principalmente de Egipto y se creía que protegía contra la conjuntivitis.

Se vendía en contenedores en forma de tubo, que podían ser dobles, para almacenar más de un color de sombra de ojos, como el verde de la malaquita o el azul del lapislázuli, que también se hallaba en Egipto.

Cosmético azul para ojos, tumbas reales de Ur, Mesopotamia

“Las resinas quemadas son útiles para los emplastos olorosos, para los reconstituyentes y para las coloraciones de los perfumes. Se recoge también hollín de resina, como en el caso del incienso, que se emplea para los cosméticos embellecedores de los párpados, para las comisuras de los ojos ulcerados, los párpados que supuran y los ojos lacrimosos.” (Dioscórides, De Materia Medica, I, 71)

El stibium, un maquillaje en polvo hecho de sulfuro de antimonio se aplicaba con el mismo efecto y, además, con incienso y resina aliviaba las úlceras de los ojos.

“El antimonio tiene propiedades astringentes y refrescantes, pero se usa principalmente para los ojos por lo que incluso la mayoría de gente lo ha dado el nombre griego (platyophthalamon) que significa “de ojos grandes” porque en los cosméticos para cejas tiene la propiedad de agrandar los ojos.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 102)


Recipientes de vidrio para maquillar los ojos, Exposición Historias de Tocador, Museo Arqueológico, Barcelona. Foto Samuel López

La palabra calliblepheron se usaba como término genérico para describir el maquillaje de ojos, que podía aplicarse a los párpados, pestañas y cejas.

“El hombre tiene pestañas en los dos párpados, las mujeres, además, las llevan recubiertas a diario con un tinte: es tanto su deseo de aparentar belleza que incluso llegan a teñirse también los ojos… Cuentan, no sin razón, que los que abusan del sexo pierden las pestañas.” (Plinio, Historia Natural, XI, 56)

 Calliblepheron también se usaba también para denominar una mezcla de pétalos de rosa chamuscados y azafrán y se usaba para engrandecer los ojos. Otro cosmético con el mismo objetivo se hacía con huesos de dátil quemados con hollín o nardo y conocido como nuclei palmarum cremati.
Para oscurecer las pestañas se aplicaba Ampellitis terra, una tierra bituminosa, o cenizas.  Para que ese maquillaje fuera más llamativo y tuviera un olor más agradable se añadía azafrán.

“No temáis aumentar el brillo de los ojos con una ceniza fina o con el azafrán que crece en tus riberas, ¡Oh, Cidno!” (Ovidio, Ars Amandi, III)


Recipiente doble para cosmético de los ojos,
Exposición en el Foro de Roma, 2012. Foto Samuel López

Un pigmento negro hecho de hollín o antimonio en polvo (fuligo) se usaba para el entrecejo y alrededor de los ojos, como delineador. Un método barato y disponible para maquillar los ojos con un color oscuro era aplicar hollín de las lucernas romanas (fungus lacernae) o resinas quemadas, como el elaceomeli, una resina del olivo.


“Se recoge también hollín de resina, como en el caso del incienso, que se emplea para los cosméticos embellecedores de los párpados, para las comisuras de los ojos ulcerados, los párpados que supuran y los ojos lacrimosos.” (Dioscórides, De Materia Medica, I,  71)

Se preferían las cejas oscuras que se juntaban en el centro consiguiendo tal efecto con cenizas, antimonio u hollín, como describe Juvenal en la sátira II, donde se habla del maquillaje de los afeminados:

“Uno prolonga sus cejas con una aguja mojada en hollín, y eleva sus ojos para pintarlos...”

Retrato de El Fayum, Museo del Louvre, París

Parece ser que se consideraba como algo bello el que las mujeres dejaran crecer sus cejas, hasta juntarse, igualando este rasgo al ya mencionado candor y rubor, como se demuestra en la siguiente cita de Claudiano, autor tardorromano.

¿Qué faz es más apropiada para el cetro? ¿Qué rostro será más digno de palacio? Las rosas no igualan a tus labios, ni la nieve a tu cuello, ni las violetas a tus cabellos, ni las llamas a tus ojos. ¡Con qué estrecha separación se acerca ligeramente la sombra de tus cejas! ¡Qué justa mezcla combina tu rubor y cómo tu blancura no se llena de excesivo a flujo de sangre! (Epitalamio de Honorio y María, 264)

Las cejas se perfilaban y se retocaban con pinzas. Y se ponían cejas falsas que podían comprarse:

“Sacó después de un cofrecito un par de cejas postizas y las encajó hábilmente en las arcadas de las perdidas, devolviéndole así su gracia primera.” (Petronio, Satiricón, 110)

Retrato de El Fayum

A Galeno se le atribuye la receta de una crema de belleza (ceratum) a base de cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas. Famosa fue la Masca Poppaea, en honor a la esposa de Nerón, Popea, que utilizaba una mezcla de harina, miel y leche de burra para prevenir la formación de arrugas, suavizar y blanquear la piel. Juvenal cita este tratamiento antiarrugas:

 “Entre otras cosas, su cara, horrible de ver y ridícula, está hinchada de tanto emplasto, o despide los empalagosos olores de Popea, donde luego se pegan los labios del pobre marido. A sus amantes acuden con el cutis bien lavado. ¿Cuándo hacen por parecer guapas en casa? Para sus amantes adquieren esencias, para ellos se compra cualquier cosa que acá, indios enjutos, mandáis. Por fin descubre el rostro y quita el estucado de fuera, empieza a ser reconocible y se embadurna con esa famosa leche que le haría llevar consigo una cuadrilla de burras así la mandaran desterrada al hiperbóreo polo. Pero la que resulta y se restaura con el cambio tantas cremas y que recibe plastas de flor de harina recocida y húmeda, ¿habrá de llamarse cara o más bien llaga? (Juvenal, Sátiras, VI)

También Plinio menciona en su obra la leche de burra como tratamiento para cuidar la piel y hace referencia a Popea:

“La leche de burra se piensa que es eficaz para blanquear la piel femenina: Popea, la esposa de Nerón, solía tener siempre con ella quinientas burras con potro, y solía bañar todo su cuerpo en su leche, pensando que también proporcionaba tersura a la piel.” (Historia Natural, XI, 96)

Popea, Museo Nacional  Palazzo Massimo, Roma

El baño en leche de burra era un tratamiento que funcionaba como un exfoliante químico. Son famosos los baños que Cleopatra tomaba a diario en leche de burra o cabra que de forma previa se dejaba agriar, lo que transformaba su contenido en lactosa y la hacía rica en ácido láctico.
Numerosos remedios para obtener una piel más clara y suave, no solo en la cara, sino en todo el cuerpo, son mencionados. Chia terra es una fina arcilla valorada por sus suaves cualidades astringentes que se aplicaba a todo el cuerpo. Otro producto que tenía el mismo efecto era uno llamado caccilia, hecho con semillas vegetales y cera fundida. Los aceites ayudaban a hidratar la piel seca, como el helianthos, una mezcla de aceite de palma, con girasoles, azafrán y grasa de oso.
 Las grasas de animales eran habitualmente empleadas como ingredientes en los productos hidratantes y en los maquillajes. Según Plinio, la grasa de león mezclada con aceite de rosas conservaba la blancura de la piel y mantenía el rostro sin manchas.

Pixyde, Walters Art Museum

 Maquillarse y cuidar la piel requería tiempo y dedicación.  Había que acostumbrarse a manipular productos a veces un tanto repulsivos; por ejemplo, para elaborar las mascarillas faciales se utilizaban como ingredientes excrementos de animales, placentas, médulas, bilis y hasta orines, lo que obligaba a perfumarlas intensamente, añadiendo hierbas y sustancias olorosas.

“Ya la fresca greda y el color que produce el excremento del cocodrilo resbalan por tu rostro,” (Epodo, XII)

Antes de la aplicación del maquillaje se preparaban el rostro con máscaras de belleza. Una receta consistía en aplicar lanolina antes de acostarse, lo que provocaba mal olor y era criticado por los hombres.

"¿A quién no apesta la grasa (lanolina) que nos envían de Atenas extraída de los vellones sucios de la oveja? Repruebo que en presencia de testigos uséis la médula del ciervo u os restreguéis los dientes: estas operaciones aumentan la belleza, pero son desagradables a la vista [...] ¿Por qué he de saber cuál es la causa de la blancura de vuestro rostro?". (Ovidio)

No es, por tanto, extraño que el poeta Ovidio recomendara a las mujeres aplicarse los cosméticos a solas, sin que las vieran sus amantes.

Marcial cita el lomentum, una crema de harina de habas, que servía para suavizar la piel, y ocultar las arrugas y estrías producidas por el embarazo. El aphonitrum, carbonato de sodio mezclado con una planta de helecho, tenía el mismo propósito.

“Tratando de disimular las arrugas de tu barriga con crema de habas (lomentum) Pola, lo que estás untando es tu vientre, no mis labios. ¡Qué se vea francamente este defecto quizás pequeño?” (Marcial, Epigramas, III, 42)

Cualquier marca o imperfección en la piel hacía que se desease su eliminación para poder presentar un rostro perfecto. Ovidio proporciona una receta para eliminar puntos negros:

“Una mezcla de incienso y nitro es buena para los puntos negros. Toma cuatro onzas de cada. Añade una onza de resina de la corteza de un árbol, y un terroncito de aceitosa mirra. Machaca todo junto y pásalo por un tamiz. Liga el polvo resultante, mezclándolo con miel. Algunos recomiendan que debería añadirse hinojo a la mirra; nueve escrúpulos de mirra y cinco de hinojo es la proporción. Añade un puñado de pétalos secos de rosa, algo de sal de amoniaco e incienso macho. Échale agua de cebada, y deja que el peso de la sal de amoniaco y el del incienso iguale al de las rosas. Después de muy pocas aplicaciones con esta mezcla, obtendrás una piel resplandeciente.” (Medicamina faciei)

El historiador Plinio indica que una de las mayores preocupaciones de las mujeres era ocultar las pecas y manchas de la piel, por lo que proporcionar varias recetas para disimularlas. Una de ellas consiste en mezclar cenizas de la concha del múrice con miel y aplicar durante siete días, y en el octavo aplicar un fomento de clara de huevo.

Algunos remedios tenían la capacidad de disimular imperfecciones además de ser productos medicinales que aliviaban otras dolencias, como por ejemplo la planta ampelos agria, citada por Plinio. Esta especie vegetal, llamada viña silvestre, tenía unas semillas parecidas a los granos de la granada, y cuya raíz hervida en tres cyathi de agua con dos de vino de Cos, servía como laxante, curaba afecciones uterinas y manchas en la piel de la cara. El jugo de la planta aplicado con las hojas machacadas aliviaba la ciática. (Historia Natural, XXVII, 27)

Algunos especialistas en medicina aportaron sus recetas para cuidar la piel. Muchos se basaban en los remedios tradicionales griegos y otros en los provenientes de las naciones orientales.


Emperatriz Eudoxia,(siglo V) Catedral Alexander Nevsky, Sofia, Bulgaria,
foto de Elena Chochkova

Metrodora fue una mujer de origen griego, que vivió en época de Justiniano (siglo VI), y que escribió un tratado sobre ginecología y sugirió algunos remedios para cuidar la cara y el cuerpo. Proporcionó unas cuantas recetas basadas en su propia experiencia y en el conocimiento de la medicina griega, sin añadir elementos mágicos o místicos procedentes de las supersticiones de los cultos orientales.
Para eliminar las arrugas y las asperezas de manos y pies recomendó esta receta:

“Coge tierra de Cimolia, tierra de Chios, raíz de iris, raíz de saponaria, raíz seca de aro, raíz de ciclamen. Cortar, tamizar y conservar. Para utilizar, tomar la cantidad necesaria y untarlo con vino oloroso y cuando se seque, lavar con agua y secar con un paño limpio”.

 La receta es simple y puede ser eficaz porque se basa en el efecto astringente de las tierras arcillosas de las islas de Egeo y del efecto emoliente del iris y el aro, además del efecto tonificante del ciclamen y saponaria.
Para obtener un efecto resplandeciente de la piel recomendaba algunos compuestos utilizados desde antiguo en medicina que incluían el alumbre (sulfato hidratado de aluminio y potasio); el nitro (nitrato de potasio) o el litargirio (un mineral de óxido de plomo). Por ejemplo, “mezcla alumbre blanco con agua y humedece tu cara con ello por la mañana y la noche”.

El alumbre tenía un efecto astringente y el nitro y el litargirio ayudaban al blanqueamiento de la piel. Se usaban mezclados con vinagre que provocaba la transformación de las sales en acetatos.

“Mezclar tierra de Chios, o nitro o litargirio con vinagre a partes iguales y aplicar por la mañana y la noche.”

Presentar un rostro luminoso podría hacerse, según ella, de un modo menos agresivo, empleando productos más naturales, con un efecto emoliente, más suave e inocuo para la salud.

“aplicar almidón, alverja, harina blanca muy fina, todo mezclado con clara de huevo” o “mezclar jarabe de trigo y cebada junto con miel y aplicar”

Las doncellas encargadas de ayudar a sus amas a embellecerse, las cosmetae, sabían cómo emplear los diversos productos necesarios para proporcionar el resultado perfecto que agradase a sus señoras.


Toilette de una dama romana, Simeón Solomon, Museo de Arte de Delaware

Primero limpiarían el rostro con alguna loción astringente que facilitaría la aplicación de la capa para blanquear. Como este tipo de cosmético se vendía en pastillas, éstas se machacaban en un mortero o una placa para conseguir un fino polvo que se mezclaba con grasa o cera. Las damas romanas solían llevarse sus cosméticos y utensilios cuando salían de casa para tenerlos a mano en caso de necesitar un retoque.

Placa para maquillaje, Museo Arqueológico de Tarragona. Foto Samuel López

Los ingredientes se guardaban en recipientes con tapa, llamados pixydes, y para aplicar el cosmético se utilizaban unas cucharillas de madera, metal o hueso, con un mango largo y que se llamaban ligulae. Su extremo tenía una forma diferente dependiendo de su función, bulbosa para las mezclas y pequeña y redondeada para extraer el contenido de un envase estrecho.

Ligulae, cucharillas para cosméticos, Exposición Historias de tocador,
Museo Arqueológico, Barcelona. Foto Samuel López

 En Londres se halló un envase con resto de un compuesto en el que se identificaron tres ingredientes: lanolina de la lana de oveja sin desengrasar, almidón y óxido de estaño. La lanolina servía de base para la mezcla; el almidón suavizaba la piel, función para la que sigue usándose hoy día en los productos cosméticos; el estaño era el elemento que blanqueaba la piel, y empezó a utilizarse durante el Imperio en sustitución del acetato de plomo, que tenía efectos muy nocivos. Este producto, llamado Londinium, tendría como efecto evitar las arrugas, además de suavizar y dar color a la piel.

"Cuando se pone los polvos, Sertoria se pone la cara.
Si se le cayeran los polvos, con ellos caería la cara." (Antología Palatina, 436)


Crema Londinium

Existe una contradicción entre los autores latinos a la hora de valorar el uso de maquillaje entre las mujeres romanas. Ovidio enfatiza la importancia de las jóvenes de ser bellas y considera que un tono claro de piel, con el tono justo de color en las mejillas es atractivo e indica haber nacido libre y la posibilidad de criar hijos saludables, lo que llevaría a las jóvenes a intentar conseguir esos rasgos, aunque fuera artificialmente.

“Sabéis que el albayalde presta a la piel su blancura artificial y que el carmín suple en las mejillas los colores que la Naturaleza no os ha dado. Con el arte completaréis el arco de las cejas poco marcado, y por medio del cosmético ocultaréis los estragos que los años van haciendo en vuestro rostro. No temáis de aumentar el brillo de vuestros ojos con una ceniza fina o con el azafrán que crece en las riberas del Cidno”. (Ovidio, Ars Amatoria)

Por otro lado, Ovidio compuso un libro entero, los Remedia Amoris, en el que argumenta que el maquillaje en las mujeres es un medio para engañar a los hombres, y aconseja, para evitar ser engañados, sorprender a las mujeres en el momento en que se aplican los cosméticos para descubrir lo repulsivos que son.

Vete también -y que no ponga obstáculos el pudor- a contemplar el rostro de tu dueña, cuando unta la cara con complicadas drogas: te encontrarás con frascos y mil tipos de colores y verás la lanolina deslizarse resbalando por sus tibios senos. Estos potingues huelen como tus comidas, Fineo. No es la primera vez que ellos han hecho vomitar.” (Remedia Amoris, 350)


Pyxide, Museo Metropolitan, Nueva York

Algunos autores arremetieron ferozmente contra las mujeres y la utilización de cosméticos, así como el tiempo utilizado en acicalarse y todos los instrumentos empleados para intentar lograr la belleza que de forma natural les había sido negada.

¿Qué hombre con sentido común podría soportar desde el amanecer a una mujer que trata de embellecerse con añadidos artificiales, una mujer que es realmente fea por naturaleza, pero cuyos extraños aderezos disfrazan lo poco agraciado de su físico?


Objetos de tocador, Museo de Historia de Barcelona. Foto Samuel López

 "En efecto, si alguien tiene ocasión de ver a las mujeres cuando se levantan por la mañana de su lecho nocturno, pensará que una mujer es más fea que esos animales cuyo nombre es de mal augurio citar en las primeras horas de la mañana. Por eso se encierran cuidadosamente en su casa, para que ningún hombre las vea. Están rodeadas de mujeres viejas y de un tropel de muchachas tan feas como ellas, que maquillan sus desgraciados rostros con pomadas diversas. Porque no se lavan el sopor del sueño con agua limpia y se aplican enseguida a algún trabajo serio, sino que muchas mezclas de polvos perfumados dan un tono más alegre al color desagradable de su piel y, como si se tratara de una procesión pública, cada una se encarga de un cometido diferente, con palanganas de plata, aguamaniles, espejos y un montón de cajas, como si fuera la tienda de un droguero, muchos tarros llenos de mucha desgracia, en los que tienen a mano dentífricos y artilugios para ennegrecer los párpados… Y una vez que todo su cuerpo ha sido embaucado con la belleza engañosa de un atractivo bastardo, enrojecen sus mejillas impúdicas con pinturas rojas, para que su tinte carmesí pueda dar color a su palidísima y fofa piel." (Luciano, Amores, 39)

Los cosméticos, al igual que los perfumes, eran obsequios entregados a las prostitutas y cortesanas a cambio de sus favores sexuales. El concepto que se tenía de estos productos como algo sensual e inmoral provenía de su uso como elemento complementario en la búsqueda de placer, llegando a comparar la atracción que los hombres tenían por las mujeres con el deseo de estas por los productos de belleza.
Otros poetas elegíacos alabaron la belleza natural de la mujer, a la que preferían sin maquillaje y sin adornos superfluos.


Pintura de John William Godward


“¿De qué sirve, vida mía, ir con un peinado sofisticado y ondear los finos pliegues de un vestido de Cos, o de qué rociar tu cabello con mirra del Orontes, venderte con productos del extranjero, perder la belleza natural con maquillaje comprado, y no permitir que tu cuerpo luzca sus propios encantos?
Créeme, no existe adorno alguno que siente bien a tu figura: Amor, desnudo, desprecia la belleza artificial.” (Propercio I, 2)

Incluso los filósofos, como Séneca, alababan a la mujer que no utilizaba cosméticos, al considerarlos propios de prostitutas, proclamando la castidad como el único ornamento digno de una matrona romana.

“Nunca manchaste tu semblante con afeites de prostitutas; jamás gustaste de esos vestidos hechos de manera que todo lo dejen a la vista. Tu único adorno fue el más bello de todos, aquel que el tiempo no deteriora; tu único adorno fue la castidad.” (Consolación a Helvia, 16)

Los autores cristianos de la última época del Imperio lanzaron sus críticas sobre las matronas que utilizaban maquillaje comprándolas con rameras y acusándolas de pecar contra Dios por no conformarse con la naturaleza que éste les había concedido.

“¿Que hacen el colorete y el albayalde en la cara de una mujer cristiana? El primero simula el rojo natural de las mejillas y de los labios; el segundo el color claro del rostro y del cuello. Solo sirven para inflamar las pasiones de los jovencitos, para estimular la lujuria, y para indicar una mente descastada. ¿Cómo puede una mujer llorar por sus pecados si sus lágrimas descubren el verdadero color de su piel dejando surcos en sus mejillas? Tal adorno no es del Señor; una máscara así pertenece al Anticristo.” (San Jerónimo, Epístolas, 54, 7)


Elia Eudoxia, (siglo V), Museo Arqueológico Estambul, foto Pitichinaccio

El buen color y la suavidad de la piel se asociaba a la juventud por lo que el paso del tiempo traía como consecuencia la pérdida de frescura y lozanía que servía a los escritores satíricos para denunciar que las mujeres maduras o ancianas pretendiesen mantenerse siempre jóvenes.

“Que vieja estás, por cierto;
Y aparentar belleza y juventud te place.
¿Qué fue de tu belleza? Y, ¿qué de tu color? (Horacio, Odas, IV, 13)

También los escritores de época cristiana denunciaron el uso de cosméticos por enmascarar los efectos de la vejez de las mujeres que no aceptaban el paso del tiempo.

"Las mujeres que deberían escandalizar a los cristianos son las que pintan sus ojos y labios con cosméticos; las que, con sus caras recubiertas de greda, de un blanco antinatural se parecen a los ídolos, … las que no se dan cuenta que los años les hacen viejas… las que dejan sus caras suaves y eliminan las arrugas de la edad, las que en presencia de sus nietos se comportan como escolares temblorosas… Una mujer cristiana debería ruborizarse por violentar la naturaleza o por estimular el deseo ocupándose de la carne." (San Jerónimo, Epístolas, 38, 3)


Cosméticos griegos, Museo Keramikos, Atenas

Bibliografía:

Cosmetics and Perfumes in the Roman World; Susan Steward
http://www.jstor.org/stable/40599851; Cosmetics in Roman Antiquity: Substance, Remedy, Poison; Kelly Olson
https: //www.academia.edu/9845266/La cosmética en la antigua Roma, concepto, modalidades y recetas. Gesabe. Revista sobre Género, Salud y Belleza 1 2014 7181. ISSN 2386-4257; LA COSMÉTICA EN LA ANTIGUA ROMA: CONCEPTO, MODALIDADES Y RECETAS; Gabriel Laguna Mariscal
http://myslide.es/documents/gabriel-laguna-el-denuesto-del-maquillaje-femenino-topico-literario-y-concepcion.html; EL DENUESTO DEL MAQUILLAJE FEMENINO: TÓPICO LITERARIO Y CONCEPCIÓN IDEOLÓGICA PATRIARCAL; Gabriel Laguna Mariscal, Mónica María Martínez Sariego
http://www.rhm.uni-koeln.de/150/Watson2.pdf; A MATRONA MAKES UP Fantasy and Reality in Juvenal, Sat. 6,457–507; Pat Watson
http://www.medievalists.net/2011/04/10/balms-and-perfumes-at-the-court-of-byzantium/; Balms and Perfumes at the Court of Byzantium; Ernesto Riva