sábado, 22 de agosto de 2015

Vinum vita est, el consumo de vino en la antigua sociedad romana

Detalle de mosaico con crátera de vino, Villa romana de Carranque, Toledo

El vino poseía  un atractivo especial para las sociedades antiguas, constituyendo  un bien de prestigio. Formaba parte de un ceremonial de hospitalidad que ayudaba a las relaciones sociales compartiendo los alimentos y la bebida durante una comida que podía tener un significado ritual.



 El cultivo de la viña era un elemento de civilización por que los bárbaros no solían beber vino. La posesión de viñedos implicaba riqueza y  poder dentro de la sociedad y con el paso del tiempo el consumo de los vinos más selectos empezó a considerarse un signo de lujo y refinamiento que permitía al anfitrión de un banquete homenajear a sus invitados más ilustres.

En el campo se bebía el vino de los viñedos más próximos, sobre todo, en las fiestas religiosas relacionadas con el ciclo agrícola, en las que se rogaba a los dioses por la fecundidad y salud del ganado y la fertilidad de las tierras o se agradecían las buenas cosechas con ofrendas de alimentos y vino. En estas ocasiones no estaba tan mal visto alcanzar cierto grado de ebriedad como muestra de alegría, aunque sin llegar a la locura que podría llevar a cometer ciertos actos de los que luego hubiera que arrepentirse.

“Que cada cual prepare para sí por todo lo alto banquetes y mesas festivas en la hierba y un lecho también. Llegado a este punto, el joven, bebido, lanzará a la muchacha imprecaciones que inmediatamente después querría hacer vanas con los votos. Pues fiero aquel para la suya, llorará él mismo estando sobrio y jurará que actuó enajenado.” (Tibulo, Elegías, II, 5)


Mosaico de Baco con cortejo, Museo Arqueológico Regional, Alcalá de Henares, Madrid

El vino liberaba de las preocupaciones del alma, potenciaba la audacia, estimulaba la conversación, agudizaba el ingenio e inspiraba  para las artes. Pero entre sus efectos negativos resaltaban la falta de mesura, el impedimento de guardar secretos y la ausencia de memoria.
Pero su capacidad para aliviar las penas e inducir al sueño lo hacía deseable para los males de amor.

“Añade vino y alivia las recientes desgracias con la bebida, de modo que el sueño ocupe los ojos vencidos del cansado y nadie despierte al que inunda sus ojos con mucho Baco en tanto descansa su desdichado amor.” (Tibulo, Elegías, I, 2)

El vino se utilizaba como bebida sustitutiva del agua en lugares donde esta no reunía las condiciones mínimas para considerarla potable, o también donde escaseaba y era muy cara, lo que provocaba que el vino a su vez,  se sirviese sin diluir.

"En Rávena prefiero tener una cisterna a una viña, porque podría vender más cara el agua." (Marcial, Epigramas, III, 56)

En gastronomía formaba parte de los ingredientes usados al cocinar.  Los menús descritos por los grandes escritores satíricos mencionan los vinos, incluidos los mejores, para elaborar las salsas que aderezan los platos más exquisitos y demandados por los romanos de la época.

Horacio en la sátira II, 8 describe la salsa que acompaña una anguila:

“La mezcla de la salsa es: el primer aceite que prensó el molino de Venafro, el garum de los jugos del pez ibero, vino de cinco años, pero nacido a este lado del mar, mientras se cuece (ya cocido conviene el de Quíos, como ningún otro), pimienta blanca, y
también vinagre que haya cambiado la uva de Lesbos al fermentar.”

En medicina Galeno y Celso lo recetaban para aliviar ciertas dolencias. Celso alabó la capacidad del vino para reducir la fiebre. Pero también había recomendaciones de médicos  para no tomar vino en casos contraindicados, aunque algunos pacientes no hicieran caso de las advertencias.

“Bebedor notorio, Frige era, Aulo, tuerto de un ojo
y legañoso del otro. A éste el médico Heras le
tenía dicho: “Cuidado con beber; como bebas
vino, no verás nada”. Entre risas, dijo Frige a su
ojo: “¡Cuídate!”. Y sin pérdida de tiempo se hace
preparar unos cuartillos, pero bien seguidos.
¿Preguntas por el resultado? Frige bebió vino; el
ojo, veneno. (Marcial, VI, 78)

En las celebraciones familiares se ofrecían libaciones de vino a los dioses domésticos  pidiendo por la prosperidad del  hogar. En las bodas, nacimientos y cumpleaños se reunía la familia  delante del  lararium y ante las figuras adornadas de los lares y el genio tutelar se depositaban alimentos, vino, flores y lámparas. A los invitados se les daba vino como símbolo de hospitalidad y para compartir la felicidad.

“Que el Genio en persona asista para ver sus ofrendas, que delicadas guirnaldas ornen su sagrada cabellera, que sus sienes destilen nardo puro y esté saciado con la ofrenda y ebrio de vino y te conceda, Cornuto, cualquier cosa que le pidas.” (Tibulo, I, 2)


Escultura de Dionisos, Museos Capitolinos, Roma

En las ciudades, los ediles y candidatos políticos patrocinaban banquetes públicos a los ciudadanos  en los que se comía y bebía gratis como un acto social.
 Dioniso, el dios griego del vino, de la fecundidad y la naturaleza, era festejado en procesiones donde  los participantes danzaban en unos bailes dirigidos por un éxtasis místico, donde el vino era protagonista y vehículo para buscar la unión con la divinidad. Estas fiestas fueron introducidas en Italia, con el nombre de Bacanales, en honor del dios Baco. Durante su celebración todo estaba permitido. Se bebía vino de forma desmedida, lo que provocaba que la gente desinhibiera y llevase a cabo todo tipo de actos, en ocasiones poco o nada pudorosos, por lo que fueron prohibidas por el Senado romano en 186 a. C. por el desenfreno y el sentido orgiástico que habían adquirido.

“Cuando el vino había inflamado los espíritus, y la noche y la mezcla de hombres con mujeres, jóvenes con viejos, había destrozado todo sentimiento de decoro, todas las variedades de la corrupción empezaban a practicarse, pues cada uno tenía a mano el placer que respondía a las inclinaciones de su naturaleza”.(Tito Livio, Historia de Roma)

Sólo se permitió el culto a Baco cuando fuese declarado necesario para la prosperidad de Roma, lo que había que demostrar ante el Pretor urbano. Posteriormente, la celebración debía ser autorizada por el Senado, estando presentes no menos de cien senadores, siempre que no tomasen parte en ellos más de cinco personas, que no tuviesen fondo común, ni maestro de ceremonias ni sacerdote.

“Escanciadme ahora espumosos falernos de un antiguo consulado y desatad los precintos de un cántaro de Quíos. Que el vino haga solemne el día: no es vergüenza emborracharse un día de fiesta y arrastrar a duras penas los pies vacilantes.” (Tibulo, Elegías, I, 1)


Pintura romana, Museo Getty, foto de Mary Harrsch

Es destacable el uso del vino en actos de sacrificio, debido a su semejanza en cuanto a color y textura con la sangre, algo que ocurre en otras culturas además de la grecolatina.
Desde su aparición en las culturas mediterráneas el vino cobró gran protagonismo en el mundo funerario por su fuerte simbolismo. Se asociaba a la constante regeneración de la  vida contra la muerte, la inmortalidad contra la destrucción. En este sentido, se empleaba  en  el propio ritual de incineración, donde se arrojaba sobre las piras funerarias para extinguir el fuego.

“¿Por qué mis llamas no olían a nardos? Incluso te resultaba enojoso arrojar jacintos que nada valían y purificar mi tumba apurando una cántara de vino.” (Propercio, Elegías, IV, 7)

 Las ofrendas de vino se podían reclamar en una cláusula testamentaria para que los herederos se hicieran cargo tras la muerte. En una inscripción funeraria el difunto, mediante una imagen, encarga a sus herederos que hagan libaciones sobre sus cenizas para que su espíritu (al que llama mariposa) revolotee borracho, mientras sus huesos los cubre la hierba.
Mosaico romano, Museo Arqueológico de
Nápoles, foto de Marie-Lan Nguyen

Otra práctica habitual tanto en la incineración como en la inhumación era la bebida ritual del vino tras el sepelio propiamente dicho, en el que se bebía pasando la copa de uno a otro (circumpotatio). Se ofrecía al finado una vez sepultado y, después, se rompían a propósito los recipientes utilizados en la misma.

En los banquetes funerarios celebrados por distintos motivos en las propias necrópolis, el vino jugaba un papel importante el de nutrir al difunto para mantener su memoria y asegurar su inmortalidad. El 21 de Febrero se celebraba la fiesta de Feralia en la que se portaban coronas de flores a los difuntos y se ofrecían a las tumbas sal, pan empapado en vino puro y un poco de leche. En varias necrópolis se han detectado conductos que conectan directamente con el interior de las tumbas para introducir los alimentos y el vino.
El consumo de vino durante el rito funerario se podía explicar por la creencia de que la embriaguez garantizaba la felicidad en el inframundo para disfrutar de un banquete eterno.


Fresco con ágape funerario, Catacumbas de Santa Domitila

La tradición de los banquetes funerarios permaneció en el mundo cristiano bajo el nombre de ágape funerario (refrigerium). Cuando el Cristianismo se impuso como  religión oficial a partir del siglo IV d.C., empezó a utilizarse el vino en la Eucaristía para representar la sangre de Cristo, como símbolo de salvación e inmortalidad, al igual que en el rito pagano de Baco. 

El ritual de la utilización del vino también aparece en la Eneida de Virgilio (siglo I a. C.), en el pasaje de la muerte de Anquises, cuando Eneas prepara juegos y distintas celebraciones en honor de su padre y dice:

"Guardad todos silencio y ceñid de follaje vuestras sienes. Diciendo esto se cubre la frente con el mirto de su madre. Hace Hélimo lo mismo, y Acestes, maduro ya en edad, y lo hace el niño Ascanio, y le imitan todos los jóvenes. Y desde la asamblea se encamina Eneas hacia el túmulo seguido de millares de los suyos. Le rodea una inmensa multitud. Allí van derramando sobre el suelo la libación prescrita, las dos copas del don puro de Baco las dos de leche fresca, dos de sangre sagrada. Y va esparciendo flores purpúreas y prorrumpe: '¡Yo te saludo, padre, mi padre venerado, y otra vez os saludo a vosotras cenizas,  recobradas en vano, y a ti espíritu y sombra de mi padre!

El consumo de vino en Roma se debió al aumento de la producción local, puesto que el  vino importado era caro, como parece demostrar la observación de Plinio el viejo de que en tiempo del padre de Lúculo no era habitual servir más de una botella de vino griego durante la cena.


Pintura romana con jarras de vino, foto de Werner Forman

La evolución social del vino durante los dos últimos siglos de la República fue causada por la provisión de vino para el ejército, los repartos gratis entre la población por parte de algunos nobles y los banquetes de los collegia y la importancia que le concedió la medicina para curar algunos males.
El vino fue utilizado en época antigua para insuflar valor a los soldados y guerreros; el alcohol siempre ha estado estrechamente vinculado a los ejércitos, pues templa los ánimos, anima a las tropas, y ayuda a atenuar  la sensación del peligro por parte de los soldados, además de ser un aporte calórico importante en las complicadas situaciones de campaña, en las que no siempre era fácil el acceso a los suministros.

“Hemos entregado al tribuno Claudio un hombre de origen ilirio, nuestra valiente y fidelísima quinta legión Marcia, pues él está por encima de los más valientes y leales veteranos. A este le darás de nuestro tesoro particular las siguientes provisiones: tres mil modios anuales de trigo, seis mil de cebada, dos mil libras de tocino, tres mil quinientos sextarios de vino viejo, …” (Historia Augusta, Claudio, 14, 3)

Salustió culpaba a Sila por haber acostumbrado a los soldados a beber y cuando Lúculo retornó de sus campañas en Oriente distribuyó más de 100,000 cadi de vino, al igual que Julio César siendo dictador que repartió ánforas de Falerno en la cena ofrecida por su triunfo.

“¿No es bien sabido que César en su época de dictador en el banquete dado con motivo de su triunfo repartió a cada mesa un ánfora de Falerno y un cadus de vino de Quíos?...En un banquete ofrecido por su tercer consulado, distribuyó vinos de Falerno, Quíos, Lesbos y Mamertino, y se considera que fue la primera vez que se sirvieron cuatro tipos de vino diferentes.” (Plinio, Historia Natural, XIV, 17)

En las ciudades el desarrollo de los collegia (colegios profesionales) provocó el consumo de vino entre sus miembros que asistían a las cenas que ellos celebraban. Algunas de estas comidas podrían haberse celebrado en una popina o taberna, donde la gente de menor nivel social y los esclavos solían asistir a tomar vino, normalmente de producción local y barato, pero también alguno más selecto y caro. 


Tienda de vinos, Pintura de Alma-Tadema, Guidhall Art Institute

Allí también se podía comer e ir a jugar a los dados y a comentar las noticias que circulaban por la ciudad. En algún caso podían estos establecimientos convertirse en centros donde los candidatos políticos sin recursos económicos hablaban de sus propuestas en un entorno relajado que a veces podía transformarse en un lugar peligroso por las peleas ocasionadas por el exceso de bebida. Estas tabernas solían de disponer de asientos, taburetes o bancos.

"Busca a tu comandante en una taberna importante, lo hallarás recostado junto a un matón cualquiera, mezclado con marineros, rateros y esclavos huidos... allí reina la camaradería, las copas son de todos, nadie tiene un asiento diferente ni a nadie se le pone mesa aparte." (Juvenal, Sátiras, VIII)

Plinio relata la historia de un liberto probador de vino en la casa imperial que estaba encargado de probar vinos destinados a un banquete para Augusto. Con uno de los vinos lo describió como nuevo y no muy fino pero dijo que César lo bebería. Con ello evidenciaba el gusto algo rústico de Augusto en cuanto al vino, ya que su favorito era de todas formas el no muy noble vino Setino.

“Vinos setinos que encenderían las nieves se
filtran para la querida; nosotros bebemos el negro
veneno de una tinaja corsa.” (Marcial, Epigramas, IX, 2)

Del elevado consumo de vino en la sociedad romana es prueba el hecho de que el orador Hortensio dejase a su heredero 10,000 ánforas  de vino.

En los primeros tiempos de Roma no se permitía beber vino a las mujeres por el temor a que si lo hacían podían perder el decoro y llegar a caer en el adulterio, lo que avergonzaría a la familia y provocaría dudas en cuanto a la legitimidad de los herederos.

“En los viejos tiempos se desconocía el uso del vino para las mujeres, por temor a que pudieran caer en desgracia, porque solo hay un paso entre la intemperancia de Líber Pater y los actos prohibidos de Venus.” (Valerio Máximo, Hechos y Dichos Memorables, II, 1)


Mosaico romano, Museo Gaziantep, Turquía

Según el historiador Plinio  en la época de Catón existía la costumbre de que los parientes varones podían besar a las mujeres de su familia en la boca (Ius osculi) para asegurarse de que no olían a temetum, el  nombre que se daba al vino fermentado en ese momento.
Se consideraba que cuando una mujer bebía, ya no se comportaba como una matrona, y mostraba un comportamiento alejado de los valores de castidad, pureza y obediencia., por lo que  se llegó a equiparar el simple consumo de vino con el adulterio, sancionando ambos con la pena capital.
Dionisio de Halicarnaso cuenta que un marido podía aplicar la pena de muerte a su esposa si ésta había cometido adulterio o si la encontraba ebria, pues la embriaguez podía llevar a cometer adulterio.

Anciana ebria, Museos Capitolinos, Roma

No solo se les prohibía  beber vino, sino que también a servirlo, guardarlo o administrarlo en la casa, tareas reservadas al pater familias.

Cuenta Tito Livio que en tiempos de Rómulo,  Egnatius  Mecenius mató a su esposa por beber vino de una barrica y que una mujer soltera fue condenada por su familia a morir de hambre al ser descubierta abriendo el armario donde estaban las llaves de la bodega.

 También el juez, Cneo Domicio, condenó a una mujer a perder su dote por haber bebido más vino de lo que requería su salud, y sin conocimiento de su marido.
Se decretaron leyes contra el consumo de vino entre las mujeres, pero parece haber sido aceptado libremente entre los hombres, aunque su consumo llevara a la embriaguez. Algunos dilapidaban su fortuna, yendo de taberna en taberna y gastando en beber y apostar.


Pintura con escena de taberna romana, Museo Arqueológico de Nápoles

"Máximo, diez millones largos de sestercios
que recientemente le había entregado su
patrono Sirisco se los ha liquidado vagando por
las tabernas de taburetes por los alrededores de
los cuatro baños. ¡Oh, qué gran glotonería es
comerse diez millones! ¡Cuánto mayor todavía, 
sin recostarse a la mesa!." (Marcial, Epigramas, V, 70)

Plinio  relata el caso del político Novelio Torcuato, que llegó a ser procónsul, el cual era capaz de beber tres congios de vino de un solo trago, por lo que llegó a ser conocido como Tricongius. Lo hizo ante el asombro del propio emperador Tiberio, quien de joven era un gran bebedor, y al que por ello le dieron el nombre de Biberius Caldius Mero (Su verdadero nombre era Tiberius Claudius Nero), en el que se juega con el significado de Caldius Mero (de Calidus Merum), vino caliente puro.

Durante el Imperio la relajación de las costumbres facilitó que las mujeres empezaran a beber en los banquetes, y, a veces, sin moderación, lo que las llevaba a mostrarse desinhibidas y más favorables a la seducción y juegos del amor:

“Hay una tal Fílide, vecina de Diana Aventina, sobria es poco agradable,  ebria todo le sienta bien; hay otra, Teya, en los bosques de Tarpeya,  hermosa, pero, si bebe, no tendrá bastante con uno.
Decidí llamarlas para pasar bien la noche y renovar amores furtivos en placeres desconocidos.” (Propercio, Elegías, IV, 8)

Tanto los escritores satíricos del Alto Imperio, como los autores cristianos del Bajo Imperio  escribieron contra las bebedoras  denunciado su falta de recato y moderación ante los demás.

“Las mujeres, llevadas por una suerte de elegancia externa, evitan escanciar bebidas en las copas anchas, para no separar excesivamente sus labios al abrir la boca. Beben indecentemente con los labios cuidadosamente apretados a la boquilla de los vasos de alabastro, inclinando su cabeza hacia atrás, dejando el cuello al descubierto, en mi opinión sin recato alguno. Estiran el cuello para engullir lo que tragan, como dejando al desnudo para su convidados lo que pueden, lanzan eructos como los hombres o, mejor, como los esclavos  y se dejan arrastrar por una  vida voluptuosa. Ninguna garrulería conviene al hombre educado, pero mucho menos a la mujer, para quien el hecho de saber quién  es debe bastar para inspirarle pudor.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II).


Náyade, Campo Varano, Stabia

El vino no se recomendaba para los jóvenes porque estropeaba la salud física y su consumo implicaba la pérdida de las buenas costumbres.
El escritor agrónomo  Columela consideraba  que las borracheras causaban el deterioro físico de la juventud de su tiempo, dedicada a la mala vida, en vez de al trabajo y al ejercicio.

“En seguida, para ir bien preparados a los lugares de disolución, cocemos en las estufas nuestras indigestiones diarias, excitamos la sed provocando el sudor, y pasamos las noches en liviandades y borracheras, y los días en jugar y dormir, teniéndonos por afortunados por no ver ni salir ni ponerse el sol. Así, la consecuencia de esta vida indolente es la falta de salud, pues los cuerpos de los jóvenes están tan débiles y extenuados que no parece que queda a la muerte mudanza que hacer en ellos. (Columela, De la agricultura, I, Prefacio)

Borrachera en symposium, vaso griego, Museo Nacional de Dinamarca

Por el contrario algún autor consideraba que la madurez no estaba reñida con el vino porque este reconfortaba el cuerpo de los estragos del paso del tiempo y la edad amortiguaba el deseo de llegar a estar ebrio y padecer sus efectos.

“Quienes ya han sobrepasado la madurez deben participar de la bebida con más alegría: calentando, sin daño alguno, con el fármaco de la viña, la frialdad de la edad extinguiéndose por el paso del tiempo. Porque, la mayoría de las veces, los deseos de los ancianos no se inflaman hasta el naufragio de la embriaguez.” (Clemente de Alejandría, Pedagogo, II)

Para contrarrestar  los efectos nocivos de la borrachera se recomendaba tomar ciertos alimentos en el momento de consumir el vino, como la berza o las almendras amargas. Plutarco explica porqué estas se utilizan ya que se creía que lo amargo era astringente y extraía la humedad al ser desecante:

“En consecuencia, afirmé, siendo esto así, es natural que el amargor de las almendras ayude contra el vino puro al resecar las partes internas del cuerpo y no permitir que se dilaten las venas, con cuya dilatación y alteración, afirman, sobreviene el emborracharse.” (Plutarco, Custiones Conviviales, I, 6, 4)

También se afirmaba que llevar una corona de flores como violetas o rosas durante el convivium podía evitar caer en la ebriedad.

Existían algunos remedios para enmascarar los efectos desagradables de una borrachera, como el mal aliento, dolores de cabeza o aspecto y olores desagradables. Por eso se podían usar pastillas o hierbas para refrescar el aliento,  perfumes y ungüentos o mezclar el vino con ingredientes que pudieran ocultar su olor.

“Mírtale suele oler fuertemente a vino y, para disimularlo, mastica hojas de laurel y, astuta, mezcla el vino con hierbas, no con agua.
Cuando la veas, Paulo, acercarse encarnada y con las venas saltonas, podrás decir: “Mírtale ha bebido laurel.” (Marcial, Epigramas, V, 4)


Vaso para mezclar vino, Museo Corning de vidrio

Los vinos griegos gozaban de gran fama y eran consumidos en Roma, pero durante los tiempos de la República se intentó que se consumiese solo vino de Italia, como recuerda Aulo Gelio en su obra Noches Áticas:

“Leí hace poco en las Conjeturas de Ateyo Capitón un viejo decreto del senado emitido durante el consulado de Cayo Fannio y Marco Valerio Mesala (II. a. C.) en el que se ordenaba que los ciudadanos más notables de la ciudad que con motivo de los Juegos Megalenses, conforme al antiguo rito, mutitare, es decir, se invitaban unos a otros a banquetes, juraran en presencia de los cónsules, según una fórmula preestablecida, que en cada cena no gastaran más de ciento veinte ases, exceptuando el gasto en legumbres, harina y vino, y que el vino no había de ser importado del extranjero sino producido en suelo patrio…” (XXIV, 2)

El vino blanco de Cos, el de Lesbos y el de Quíos eran los vinos griegos más apreciados en Roma. Para su conservación en el transporte era cocido, filtrado y tratado con agua marina. Se creía que los vinos tratados con agua de mar tenían propiedades digestivas y laxante La isla de Cos fue hogar de viticultores y enólogos que hicieron famoso en todo el Imperio Romano el  vino local. Horacio cree que el triunfo de Augusto sobre Marco Antonio y Cleopatra merece ser celebrado con los mejores vinos griegos.

“Trae aquí niño, en copas bien capaces,
el que Lesbos o Quíos da en sus viñas,
o sírvenos del Cécubo, que es vino
que al angustiado pecho reanima.
las inquietudes que sentí por César
disipará el dulzor de la bebida.” (Horacio, Épodos, IX)

Bebedores de vino, Alma-Tadema

Columela alaba la calidad de los vinos itálicos más reconocidos: 

“Y no hay duda, ciertamente, de que las vides del campo másico y sorrentino, del albano y del cécubo, son, de todas las que sustenta la tierra, las primeras por la excelencia  de su vino.” (De agricultura, III, 8)

Horacio cita frecuentemente el vino Cécubo, de Campania,  como uno que debe ser bebido en las grandes celebraciones por su calidad. Era estimulante y debía tener un alto precio, por las alusiones del poeta a que no podía permitírselo: 

“Cécubo tú bebes, y en prensas de Cales te dan ricos zumos las mejores vides.
Nunca ni el Falerno ni el de Formio templan mis copas humildes.” (Odas, I, 20)

Entre los más afamados vinos estaba el Opimiano, llamado así por ser el consulado de Lucio Opimio del año 121 a.C. una buena cosecha de uvas. El valor de este vino todavía se celebraba cien años después y se consideraba una buena inversión.

El Falerno  era una de las más afamadas denominaciones de origen, que se cosechaba en la costa de Campania, lindando con el Lacio, al pie de los montes Másicos, cuyos vinos eran también muy nombrados. Tanto el Másico como el Falerno son aclamados por Marcial por su antigüedad, remontando su origen  a cuando ni siquiera había cónsules.

“De los trujales sinuesanos han llegado los
másicos. ¿Encubados, preguntas, bajo qué
cónsul? No había ninguno.” (Epigramas, XIII, 111)

El vino de Falerno era fuerte y seco, de color oscuro, de sabor áspero, por lo que debía mezclarse con miel, convirtiéndose en vino mulso.

“no bebas más que mieles de Himeto diluidas en Falerno” (Horacio,  Sátiras, II, 2)

Por contraposición, y también de la región del Lacio, el vino nomentano, de Nomento, era de pésima calidad. También, el vino procedente de Signia, que producía un vino medicinal de propiedades astringentes:

 “¿Beberás vinos signinos que detienen el vientre suelto? Para que no lo detengan demasiado, que sea parca tu sed”.

Mosaico romano con botella de vino, Museo del Bardo, Túnez

El vino del campo Vaticano se consideraba  un vino flojo y de baja calidad, en cambio el mamertino de Mesina era dulce y ligero.

¿Cómo te gusta, Tuca, echar al falerno añejo mostos conservados en vasijas vaticanas? ¿Qué bien tan grande te han hecho esos vinos pésimos? ¿O qué daño te han causado unos vinos inmejorables? Para mí está claro: es un crimen degollar al falerno y dar crueles tósigos al vino puro de Campania. Quizás tus convidados hayan merecido su perdición, pero una ánfora de tanto precio no ha merecido la muerte.

Algunos vinos hispanos eran apreciados, como los de la provincia Tarraconensis, aunque se consideraban inferiores a los de Campania.

“Tarragona, que sólo se rendirá ante el Lieo
campano, ha producido estos vinos similares a los de
las tinajas etruscas.” (Marcial, Epigramas, XIII, 117)

Ovidio sin embargo, despreciaba los vinos hispanos, calificándolos de baja calidad sólo aptos para emborrachar a los custodios de las amantes:

"Si quieres acceder a tu amada/ emborracha a su vigilante/ aunque sea con vino hispano... " (Ovidio, Arte de Amar, 645)

Sin embargo el vino de la región layetana, en la zona costera de Gerona, destacaba por su abundancia, pero estaba poco considerado por su falta de grados, al igual que el peligno y el etrusco.

"Mársicos turbios envían los colonos pelignos: no te los bebas tú, sino tu liberto." (Marcial, Epigramas, XIII, 121)

Los marselleses tenían la mala fama de adulterar el vino ahumándolo.

"Todo lo que recogen las inmorales humaredas de Marsella, cualquier tonel que toma solera por el fuego, de ti, Muna, nos llega. Tú envías a tus pobres amigos a través de los mares, a través de largos caminos, tósigos terribles; y no a un precio asequible, sino al que se daría por contenta una tinaja de falerno o de Setia, querida por sus bodegas. Para no venir a Roma en tanto tiempo tienes, pienso, este motivo: para no beber tus propios vinos." (Marcial, Epigramas, X, 36)


Fresco romano con uvas

Las  mujeres solo podían beber los vinos secundaria o del segundo prensado; es decir,  vinos no fermentados, como el llamado lora, un vino puro, de inferior calidad que se destinaba al consumo de los trabajadores del fundus (finca rústica). Para su elaboración se le añadía al orujo extraído en un día de pisa la décima parte del mosto recogido en ese mismo plazo de tiempo así como la misma cantidad de agua dulce. A ello se le añadía la espuma del defrutum y la sapa así como los asientos de la tinaja, dejándolo todo reposar durante una noche. Al día siguiente se pisaba y prensaba, echando este jugo en ánforas una vez hubiese fermentado.

Catón escribió sobre las raciones de vino que había que dar a los esclavos. Los que estaban encadenados, es decir, los que tenían que realizar las labores más penosas, recibían al año unos 262 litros. El resto, durante los tres meses posteriores a la vendimia, cuando los trabajos del campo se ralentizaban, bebían fundamentalmente lora, aumentando su ración de de forma paulatina, conforme los trabajos se hacían más duros, hasta completar un total de 179 litros. El vino por su aporte calórico era una bebida necesaria para los trabajadores que tenían que realizar labores de fuerza.
Los vinos frutales se obtenían con alcohol de las frutas cuyo jugo era posible fermentar y se preparaban en las regiones donde el cultivo de la vid era difícil, destacando por su poder astringente. Eran apropiados para su consumo en el campo y tenían aplicaciones medicinales.
Los vinos del Mediterráneo eran fuertes y se tomaban diluidos y, a menudo, condimentados con hierbas, frutas y especias y miel  que le proporcionaban un sabor especial.
Los vinos artificiales o vina ficticia se obtenían por maceración de un producto, generalmente, en el mosto. Eran productos reconfortantes para el estómago y a la vez astringentes. Sus virtudes terapéuticas aliviaban las afecciones digestivas. El vino conditum, o especiado, tenía un gusto dulce y resinoso e incluía en su composición resinas, pimienta, azafrán, mirto u otras especias, además de miel.  Se tomaban como aperitivo, por ejemplo el  rosatum, con miel y pétalos de rosa. Se les suponía un efecto reconfortante, y según Apicio se llevaban en los viajes por su buena conservación.
Vinos aromáticos como el vino mulsum de miel se bebía fresco o fermentado, generalmente durante la comida y sobre todo con los entremeses durante la gustatio.

“Enturbiáis, mieles áticas, el nectarino falerno.  Este vino conviene que sea mezclado por Ganímedes.” (Marcial, Epigramas, XIII, 108)


Copero en symposium, vaso griego, Museo del Louvre

Un buen vino solo podía ser mezclado con la mejor miel por un copero digno de servir al propio Zeus, como Ganímedes.

 Versiones diferentes del vino mulsum eran el vino dulce obtenido con variedades de uva, que podían secarse al sol para luego exprimirlas y elaborar vino de pasas, passum,  más fácil y barato de conseguir, y parecido al actual moscatel. Fue empleado en la cocina como sustituto de la miel. Marcial menciona el proveniente de Cnosos, en Creta, el cual, junto con el de Egipto, fue uno de los más apreciados por los romanos.

“La vendimia gnosia de la Creta minoica ha producido para ti esto que suele ser el vino mulso del pobre.” (Marcial, Epigramas, XIII, 106)

Añadir perfumes a los vinos servía para corregir los vinos o envejecerlos, pero con el tiempo llegó a ser símbolo de refinamiento y evolución del gusto. Los vendedores de vino solían introducir sustancias aromáticas como anís, apio, almendras amargas o aceite de mirto.
En los vinos añejos los romanos veían una garantía de antigüedad y calidad, siendo por tanto muy apreciado, pero disminuían el sabor amargo mezclándolos con agua.

“El mosto que se guarda en tinaja para hacer vino no ha de sacarse mientras hierve, ni tampoco cuando el proceso sigue hasta que el vino se ha hecho. Si lo quieres beber añejo, como no se hace antes de que haya pasado un año, se saca de un año. Pero si es de esa clase de uva que se agria pronto, conviene que se consuma o venda antes de la vendimia. Hay clases de vino, entre ellos el de Falerno, tales que cuantos más años se tuvieren guardados, tanto más beneficio producen cuando se sacan.” (Varrón, De re rustica, I, I, 65)

Paladio aporta una explicación de cómo preparar los vinos cocidos utilizados también por sus cualidades terapéuticas:  

“Se preparará ahora el defrutum, caroenum y sapa. Dado que todos se hacen de mosto,  el método  será el que hará variar sus propiedades y su denominación. En efecto, el defrutum   se obtiene después de despumarlo mucho, en cuanto espesa; el caroenum cuando se haya evaporado un tercio y queden los otros dos; el sapa cuando queda reducido a un tercio. No obstante, éste mejora cociendo a la vez membrillos y poniendo a arder leña de higuera. (Paladio, De Agricultura, 12)

La cocción del mosto hacía mejorar los vinos que eran difíciles de conservar y les quitaba aspereza. El defrutum y la sapa mejoraban y daban color al vino.

Júpiter, Casa Dioscuros, Pompeya, Museo Arqueológico
de Napoles, foto de Olivierw

Las Vinalia eran las fiestas romanas que se celebraban en torno al vino en honor de Júpiter y Venus, para pedir protección sobre las huertas, viñas y vendimia. La Vinalia priora o urbana se celebraba el 23 de Abril, para bendecir y degustar el vino del año anterior y pedir buen tiempo hasta la siguiente cosecha. La fecha de la Vinalia rustica era el 19 de Agosto, cuando se pedía al dios Júpiter protección contra las tormentas de verano que podían dañar las uvas antes de la vendimia.


El vino en el convivium, en la poesía, en el amor,... merece otro capítulo aparte.

Ver entrada Vinum amoris sobre el placer del vino en la antigua Roma

Ver entrada Vinalia sobre las fiestas del vino en la antigua Roma

Ver entrada Negotium vinarium sobre el negocio del vino en la antigua Roma

Bibliografía:

dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/163846.pdf El vino como alimento y medicina en la sociedad romana, Carolina Real Torres
dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=58880, Vino y amor en la literatura latina, Mª Luisa L. Harto Trujillo
www.elcantodelamusa.com/docs/2012/agosto/doc2_elvino.pdf, El vino: un legado romanoPedro S. Hernández Santos
www.academia.edu/.../Eros_y_Dioniso_sexo_y_vino_en_la_elegía_latin..., Eros y Dioniso: sexo y vino en la elegía latina, Carlos Cabanillas
dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2295613.pdf, La impronta simbólica de Liber Pater en los rituales y el consumo de vino en Hispania romana. El caso de Segobriga, Mª del Carmen Santapau Pastor
dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3028557.pdf, Embriaguez Y Moderación En El Consumo De Vino En La Antiguedad, Carmen Amat Flórez
dspace.uah.es/dspace/.../consumo_vallejo_AFDUA_2014.pdf?...1...y, El consumo del vino en el mundo, Gema Vallejo Pérez
http://www.researchgate.net/publication/263327959El_vino_griego_en_las_fuentes_literarias_latinas, María José García Soler
http://revistas.um.es/rmu/article/view/68011, Ánforas vinarias en la necrópolis de incineración de Águilas. El uso del vino en los rituales funerarios romanos, Juan de Dios Hernández García
Actas de la Cultura del Vino. El vino en la antigüedad romana y su introducción en el Noroeste peninsular. Ana Mª Suárez Piñeiro. Google Libros.

sábado, 1 de agosto de 2015

Captatio testamentorum, cazatestamentos en la antigua Roma


Pintura casa de Julia Felix, Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles

En los primeros siglos de Roma no estaba permitido al ciudadano con propiedades  disponer libremente de su patrimonio, pues la libertad de testar no era compatible con el régimen de propiedad familiar. Se consideraban como herederos naturales de la casa y, por tanto, del culto familiar a los descendientes varones legítimos (agnati o parientes por línea masculina). El testamento era algo excepcional y sólo se recurría a él cuando no existían herederos legítimos o cuando, aunque los hubiera, se los quería desheredar por causa fundada. Desde el siglo II a.C. se permitió  testar libremente, y el heredero  se designaba en un acto llamado testamentum. Pero solo los ciudadanos romanos con el privilegio del ius civitatis tenían el derecho o capacidad de transmitir su sucesión por testamento o de ser instituidos como herederos.

Retrato funerario de dos jóvenes, El Fayum

El ciudadano romano consideraba que hacer testamento era una obligación que le proporcionaba seguridad en la vejez, dejaba asegurado el futuro de su familia y ganaba el reconocimiento y atención de sus herederos que le brindarían sus alabanzas tras su fallecimiento. El testamento era una forma de control e influencia sobre los hijos adultos que podían ser desheredados por mala conducta y sobre los amigos o captatores que podían perder sus opciones a heredar si no le prodigaban las suficientes atenciones, ni le presentaban costosos regalos. Los romanos pensaban que solo al redactar un testamento podían ser totalmente libres de expresar sus sentimientos, sin tener en cuenta las obligaciones impuestas por las relaciones sociales o de amistad. Podían beneficiar a quienes realmente se hubieran portado bien con ellos y vengarse de quienes les hubieran perjudicado, a pesar de haberles prometido en vida que les tendrían en cuenta en sus últimos deseos. Por eso era imprescindible renovar el testamento para incluir las últimas voluntades reales:

“Además de lo dicho, me apenan las circunstancias en las que ha muerto, pues no ha dejado más que un antiguo testamento que no incluye a los que él más amaba y que favorece a unas personas con las que en los últimos tiempos él está especialmente enfrentado.” (Plin., Ep. V, 5)

Aunque había libertad para testar, no se podían dejar sin herencia a los hijos o herederos legítimos, sin dar alguna razón admisible que justificara tal decisión. Siempre se perseguía asegurar el patrimonio familiar en primer lugar, y que no pasase la herencia a otras familias, además de favorecer a la ciudad o al estado y, en su caso, a un protector o al propio emperador. Las críticas no faltaban cuando el testador no cumplía las expectativas de algunos que se creían con derecho a recibir parte de su herencia.

“Es ciertamente falsa esa creencia general de que los testamentos son el espejo de las costumbres de los hombres, como lo prueba el que Domicio Tulo se haya mostrado como una persona mucho mejor una vez muerto que mientras vivía. En efecto, después de haberse mostrado como una posible víctima de los captadores de herencias, ha instituido heredera a la hija que compartía con su hermano, pues, siendo hija natural de éste último, él la había adoptado como hija suya. Ha mostrado, asimismo, un gran afecto por sus nietos, e incluso por su bisnieto, pues a todos ellos ha dejado numerosos y magníficos legados. En definitiva, en todas las cláusulas de su testamento ha cumplido escrupulosamente con sus deberes hacia su familia, y por eso mismo sus últimas disposiciones han resultado tan inesperadas… Unos lo califican de farsante, de ingrato, de olvidadizo, y mientras lo acusan de todo ello, se traicionan a sí mismos con las más deshonrosas confesiones, pues censuran a quien era padre, abuelo y  bisabuelo, como si hubiese estado privado de descendencia. Otros, por el contrario, celebran con grandes elogios que aquél haya sabido engañar a quienes confiaban en enriquecerse de un modo deshonesto abusando de él, pues dicen que el que hombres así vean de ese modo burladas sus esperanzas responde perfectamente a los nobles valores morales que reinan en nuestra época.” (Plinio, Epis. VIII, 18)


Relieve romano, Museos Vaticanos

Con la expansión del Imperio romano y la suma de nuevos territorios se produjo la llegada de grandes riquezas, pero también la creación de nuevas clases sociales, como una nobleza de origen provincial y un estamento de nuevos ricos formado por comerciantes y libertos con gran poder económico. Todo ello unido a nuevas costumbres como el celibato y la disminución del número de hijos en el matrimonio, dio lugar a la aparición de unos personajes, que ante la falta de perspectiva de lograr un medio de subsistencia honrado y de progresar socialmente se dedicaron a ciertas actividades muy criticadas por su falta de ética, como la de la caza  de testamentos (captatio testamentorum).
 Petronio incluye en su obra satírica una farsa de los protagonistas que gira en torno al engaño y  la caza de un testamento promovida por el comentario de un campesino sobre la actividad más provechosa de su ciudad, Crotona, perseguir a un viejo sin hijos para heredarle o sabiéndose uno con una fortuna apetecida dedicarse a una cómoda vida llena de atenciones y honores por parte de los cazadores de herencias: 

“Ah, señores míos- dijo el campesino-, si sois comerciantes, cambiad de idea y buscaos otro medio de vida. Pero si, en cambio, tenéis una educación superior y podéis manteneros en la mentira, entonces vais derechos al lucro. Pues en esta ciudad no se estima en nada al estudio de las letras, no ha lugar la elocuencia, ni la sobriedad y las buenas costumbres son objeto de estima para que puedan ser cultivadas. Acordaos de esto que os digo: todas las personas que veáis en esta ciudad pertenecen a dos clases, los que tratan de captar una herencia y los que son captados.
En esta ciudad nadie reconoce a los hijos. Al que tiene herederos naturales no se le invita a cenar ni a ver los espectáculos. Se le prohíbe toda clase de diversiones y se ve obligado a esconderse como un pardillo. Los que nunca se casaron, en cambio, y los ue no tienen parientes próximos consiguen los máximos honores. En otras palabras, sólo ellos son considerados como grandes soldados, como los más valientes e incluso los más honrados.” (Satiricón, 116)

A partir del siglo II a. C. se autorizó la libertad para testar y en la época de Augusto la captatio testamentorum se había desarrollado como un verdadero arte. Consistía en adular a un viejo rico o un enfermo casi terminal, sin herederos reconocidos, alabándole y colmándole con regalos, con el objeto de que le fuera legada una parte o el total de su herencia. Aunque esta práctica era constantemente ridiculizada, se realizaba con asiduidad, como se refleja en la literatura latina.


Pintura romana, Museo Galileo, Florencia

Horacio describe en la sátira II, 5 la técnica para convertirse en un cazaherencias  con éxito, mediante un diálogo entre Tiresias y Ulises en el que el primero enseña al segundo qué hacer para recuperar la fortuna perdida a causa de los pretendientes.

Recomienda buscar un anciano rico,  al que deberá halagar con obsequios y atenciones, sin tener en cuenta sus condiciones morales:
“Te dan un tordo o alguna otra cosa para uso privado: que vuele adonde brille gran hacienda con amo viejo…
Sea perjuro, descastado, fugitivo, esté manchado…

 Conseguir, por medio de las adulaciones, que el anciano lo instituya como heredero.
Es conveniente que el anciano carezca de hijos  Esto se justifica porque, en el caso de existir herederos naturales, estos podían hacer anular el testamento. Insiste, además, en las manifestaciones de aparente preocupación que debe manifestar el captator acerca del bienestar y la salud del testator. Si no se cumple la regla anterior, se puede admitir que un testator, anciano y viudo, tenga un hijo, a condición de que éste sea enfermizo y hay que lograr, insinuándose muy sutilmente, ser designado segundo heredero o heredero sustituto. De este modo, si el niño muriera, el captator podría convertirse en heredero legítimo:

“Y si alguien cría en la opulencia a un hijo reconocido
A pesar de su poca salud, para que no te delate clara
Obsequiosidad hacia los célibes, deslízate sin que se note con atenciones, en la esperanza de ser nombrado segundo heredero y, si una desgracia se lleva el muchacho al Orco,de ocupar su vacante; muy raramente falla esta jugada.”

Si el testador le ofrece leer el testamento, debe negarse a hacerlo para no parecer interesado, Sin embargo, le aconseja que trate de leer, disimuladamente, la segunda línea, donde se mencionaban los coherederos, a fin de saber si es el único heredero sustituto o si son muchos .
 Si el anciano está dominado por una esposa astuta o un liberto influyente, el que aspira a la herencia debe tratar de ganarse la voluntad de ellos, alabándolos, para que a su vez ellos lo alaben ante el anciano. Pero inmediatamente  rectifica y agrega que resulta más eficaz adular al anciano y tratar de satisfacer todos sus deseos:

“Recomiendo a este respecto: si tramposa mujer
O liberto por ventura manejan a un viejo senil, hazte
Socio suyo; elógialos, para que te elogien en tu ausencia.
Esto también ayuda, pero con mucho lleva antes al triunfo asaltar el bastión principal…”

 Es conveniente que, una vez que haya sido designado heredero, disimule la alegría que este hecho le produce y cuando el testador muera, es preciso que el heredero le ofrezca un espléndido funeral, a fin de que el vecindario alabe su desinterés:

“Hay que ocultar un rostro que delate alegría. Si el sepulcro
Se confió a tu buen juicio, erígelo sin escatimar;
Que la vecindad alabe un entierro hecho espléndidamente.”

Por último si  algún coheredero, anciano y enfermo, desea  parte de la herencia del captator, éste debe cedérsela a un precio irrisorio. Con esto no sólo obtendrá su agradecimiento sino también figurar en su testamento.


Detalle mosaico con perdices para regalo, Museo del Bardo, Túnez

En el caso de los captatores (cazadores), éstos tratan de ganarse el favor del testator,  mediante regalos, invitaciones a comer, atenciones, que en muchos casos se hacían por el mero interés por la herencia. En el caso del testator, éste, aún sabiendo el fingido interés de los captores, sabe sacar el mayor provecho de la situación, aceptando los obsequios.
Ya Plauto describe en su obra Miles Gloriosus la situación al describir la relación de Periplectómeno y sus parientes por línea femenina (cognati) que no son herederos naturales como los agnati (parientes por línea masculina), pero que si pueden ser nombrados herederos. El viejo Periplectómeno es un misógino que animado por Peusicles a casarse y tener hijos se niega por los inconvenientes que las mujeres y los hijos implican y en cambio sugiere que dejarse querer por sus parientes por los beneficios que consigue.

¿Puesto que tengo muchos parientes, qué necesidad tengo de hijos? Ahora vivo bien y satisfactoriamente y como quiero y como le agrada a mi espíritu.
A mi muerte entregaré mis bienes a mis parientes, los repartiré entre ellos:
éstos estarán junto a mí, me cuidarán; verán qué hago, qué quiero; antes de que amanezca, se presentan, preguntan cómo he dormido durante la noche. [En lugar de hijos, tendré a aquellos que me envían regalos.]
Hacen un sacrificio; de allí reservan para mí una parte mayor que para sí, me llevan a la celebración, me invitan a su casa para la comida, para la cena.
Se juzga muy desdichado aquel que me obsequió lo mínimo. Ellos compiten entre sí en cuanto a los regalos: yo susurro en mi  interior:
‘Ambicionan mis bienes, me alimentan y hacen regalos a porfía’.

Séneca, por ejemplo, condena desde el punto de vista ético esta práctica cuando se refiere a la conducta de quienes se preocupan por un enfermo, no movidos por un sentimiento humanitario o por afecto, sino llevados por el interés. En De beneficiis afirma:

“Llamo ingrato al que cuida a un enfermo, porque va a redactar su testamento aquel que tiene tiempo para pensar sobre su herencia y su legado. Aunque haga todas las cosas que debe hacer un amigo bueno y memorioso de sus obligaciones, si la esperanza de lucro está presente en su ánimo, es un pescador y arroja su anzuelo.”  (IV, 20,3)


Detalle mosaico con pesca, Museo del Bardo, Túnez
El símil del pescador que trata de capturar al pez con un anzuelo y un cebo comparándolo con el cazador que usa la adulación y la falsa preocupación como trampas para atraer a su víctima es empleada también por Horacio al referirse a las atenciones y adulaciones que el captador deberá utilizar con el testador, las considera como señuelos o trampas para atraerlo.

“Ya te lo he dicho y te lo digo: se astuto y hazte con
testamentos de viejos por doquier y no pierdas la esperanza ni burlado abandones la práctica, si alguno o un par de astutos escapan del insidiador tras morder el anzuelo.” (Sat. II, 5)

Lo que hace más detestable esta actitud es que por ambición alguien llegue a desear la muerte de una persona, incluso la de un amigo. Compara a los captatores con los empresarios de pompas fúnebres (libitinarii) y con los que disponían todo lo concerniente a los funerales (dessignatores), profesiones consideradas despreciables porque se creía que el contacto con los muertos producía contaminación. A partir de la comparación se demuestra que los captatores son más despreciables que los que ejercían esas profesiones.               
                               
  “¿Acaso no piensas tú que Aruncio y Haterio y los demás que han practicado el arte de captar testamentos tienen los mismos deseos que tienen los que organizan los funerales y los empresarios de pompas fúnebres? Sin embargo, estos últimos no conocen a aquellos de quienes desean la muerte; los primeros desean que muera alguien muy amigo, de parte del cual, a causa de la amistad, existe una mayor esperanza de legado. Nadie continúa viviendo para daño de estos últimos, a los primeros los consume cualquiera que tarde en morir; por lo tanto desean no sólo recibir lo que han ganado con su vergonzosa servidumbre, sino también ser liberados de un pesado tributo.”  (De Ben. VI, 38,4)


Relieve romano, Museo Nacional Romano
Marcial describe en sus epigramas varios casos de captatores y testatores  mostrando las características que ambos tenían y sus diversas actitudes. En su epigrama XI, 44 enumera las particularidades que convierten a un individuo en un testator perseguido: no tener hijos, ser rico y de edad avanzada, mientras advierte que las verdaderas amistades son las que surgen cuando se es joven y pobre, y no las que llegan cuando se aproxima la muerte del  testador.

 No tienes hijos y eres rico y nacido durante el consulado de Bruto:
¿crees que tú tienes amistades verdaderas?
Son verdaderas las que tenías siendo joven, las que tenías siendo pobre aquel que es un nuevo amigo desea tu muerte.

 Marcial sigue con las advertencias frente a los captatores hipócritas que solo desean la muerte del testator:
                                                      
“Quien te da regalos, Gauro, a ti, rico y anciano,
si eres inteligente y te das cuenta, te dice esto: “Muérete”. (VIII,  27)


Relieve del sarcófago de Valerio Petroniano, foto de Giovanni Dall'Orto.

En su epigrama XI, 55 sugiere al testador no creer al cazador, cuya técnica lo lleva a aconsejar al testador hacer  lo contrario de lo que él realmente desea, como que tenga hijos:

“Eso de que te anima Lupo a ser padre, Úrbico,
no te lo creas. No hay nada que menos quiera él.
El arte del cazador de testamentos consiste en
dar a entender que quiere lo que no quiere: desea
que no hagas lo que te está rogando que hagas.
Que tu Cosconia diga sólo que está encinta:
Lupo se pondrá ya más pálido que una
parturienta. Pero tú, para dar a entender que has
seguido los consejos del amigo, muérete de
forma que él piense que has sido padre.”          

Esta actitud hipócrita del captator  le lleva a hacer promesas para que un amigo enfermo mejore, cuando realmente desea que muera para poder heredar. Marcial se refiere a otra actitud hipócrita de los captatores: el hacer promesas para que un amigo enfermo recobre su salud, cuando en realidad desean su muerte a fin de heredarlo:

 “Por un amigo anciano, que sufría una grave y abrasadora fiebre terciana, Marón hizo, pero en voz alta, la promesa de que, si el enfermo no fuera enviado a las sombras estigias, se inmolaría una víctima agradable al magno Júpiter.
Los médicos han comenzado a prometerle una segura curación. Ahora Marón hace promesas para no cumplir su promesa.”  (XII, 90)

Al  saber que sus esperanzas de heredar se desvanecen porque el enfermo se va a curar, Marón, intenta encontrar el modo de no cumplir lo que prometió, con lo que deja al descubierto sus verdaderos sentimientos.
 Marcial extiende sus críticas al individuo que esconde sus verdaderas intenciones haciéndose pasar por una persona generosa y de gran corazón, cuando lo que verdaderamente pretende es engañar a los viejos y viudas con regalos, como se engaña a los peces con un cebo,  para quedarse con sus herencias.

“Porque envías grandes regalos a los viejos y a las
viudas ¿quieres, Gargiliano, que te llame generoso?
No hay ser más avaro ni persona más abyecta que tú
y sólo tú, que puedes llamar regalos a tus insidias.
Así de complaciente es el anzuelo falaz con los
peces ansiosos, así engaña a las estúpidas fieras
un astuto cebo. Qué es ser generoso, qué es hacer
regalos, voy a enseñártelo, por si no lo sabes: hazme
regalos a mí, Gargiliano.(IV, 56)          

Muchas son las quejas de los propios captatores por la  esclavitud  a la que los testadores les sometían ante la perspectiva de dejarles como herederos, haciéndoles víctimas de engaños o de falsas promesas  y mostrando deslealtad por no agradecer  los obsequios recibidos.

“Como jurabas por lo más sagrado y por tu vida
que me tenías, Gárrico, como heredero de la
cuarta parte de tus bienes, me lo creí —pues,
¿quién va a desaprobar gustosamente sus propios
deseos?— y alimenté mi esperanza incluso
haciéndote regalos; entre ellos te envié un jabalí
laurentino de un peso poco corriente: podrías
pensar que era el de la etolia Calidón. Pero tú,
sin pérdida de tiempo, invitaste a cenar lo mismo
al pueblo que a los senadores: todavía la
pícara Roma está eructando mi jabalí. Yo
mismo, —¿quién lo creería?— no me incorporé
ni como el último de los invitados, pero tampoco
se me ofreció una costilla ni se me envió la
cola. De tu cuarta parte, ¿qué esperanzas
puedo tener, Gárrico? De mi jabalí no me ha
llegado ni una onza.” (IX, 48)


Mosaico con jabalí, Museo el Bardo, Túnez

Los cazadores de testamentos son el símbolo del fin del valor de  la amistad basada en las relaciones de afecto entre amigos, o entre patrono y cliente. Se busca un falso afecto por necesidad y por dinero. Se hace un regalo a cambio de ser nombrado heredero y  se pide la pronta muerte del testador para evitar la ruina por los gastos del captator.

“Las treinta veces que has firmado en este año,
Carino, tu última voluntad, te he enviado unas
tartas empapadas en miel de tomillo del Hibla.
No puedo más, ten compasión de mí, Carino,
haz testamento menos veces o haz de una
vez lo que continuamente disimula tu tos. He
agotado mi bolsa y mis reservas. Aunque hubiera
sido más rico que Creso, sería más pobre
que Iro, Carino, si otras tantas veces comieras
mis habas”. (V, 39)

El deseo de la pronta muerte del testator lo refleja Marcial en el hartazgo del captator por tener que acompañar y soportar a su futura fuente de ingresos, sin recibir nada a cambio, solo la incierta promesa de ser recompensado a la muerte del testador.

Mientes, te creo; recitas malos poemas, te
aplaudo; cantas, canto; bebes, Pontiliano, bebo; te
pees, disimulo; quieres jugar a las damas, me dejo
ganar. Una sola cosa hay que haces sin mí, y me
callo. Sin embargo, nada en absoluto me das. “A
mi muerte”, dices, “te trataré bien”. No quiero
nada, pero muérete. (Epigramas, XII, 40)

El acoso al testador enfermo  que al final deja al captator, quien muestra una falsa preocupación por su salud, sin la herencia deseada,  aparece en  una epístola de Plinio el Joven, dirigida a su amigo Calvisio:

“Veleyo Bleso, el antiguo cónsul sumamente rico, se hallaba en una fase terminal de su enfermedad y quería cambiar su testamento. Régulo, que confiaba en poder obtener algún beneficio de las nuevas disposiciones testamentarias, pues había comenzado a ganarse  recientemente el favor del enfermo, exhorta a los médicos y les ruega que prolonguen por todos los medios a su alcance la vida de Bleso. Después que fue firmado el testamento, adopta una nueva postura y a los mismos médicos de antes les habla ahora en estos términos: “¿Hasta cuándo vais a continuar torturando a este desdichado? ¿Por qué no permitís que muera tranquilamente aquel a quien no podéis conceder la vida?” Muere Bleso y, como si hubiese oído todo esto, no deja un solo as a Régulo.” (Ep. II, 20)

Retrato funerario de dama, EL Fayum

Tampoco las mujeres ricas se veían libres de los aduladores que las seguían a todas partes e intentaban complacerlas con la esperanza de verse recompensados en el reparto de la herencia.

“Mientras que, ¡por Hércules!, personas que no tenían la más mínima relación con su abuela, para mostrar su respeto por Cuadratila (me avergüenzo de haber utilizado la palabra “respeto” a propósito de gente como ellos), con la deferencia propia de los aduladores se apresuraban a acudir al teatro, saltaban de alegría, aplaudían, daban muestras de admiración y después repetían ellos mismos ante la gran dama cada uno de los gestos de los actores acompañándose de los mismos cánticos que se cantaban en las piezas. Éstos, como pago por sus actuaciones teatrales, recibirán ahora unos ínfimos legados por parte del heredero que nunca quiso asistir a ellas.” (Plinio, VII, 24)

Para asegurarse el afecto de su entorno durante lo que le restase de vida y conseguir ser llorado tras su muerte, el testador podía leer su testamento en presencia de sus allegados y darles a conocer sus correspondientes legados. En el Satiricón de Petronio, Trimalción notifica su última voluntad durante la cena ante sus invitados y manda traer el testamento para leerlo entero con el objeto de ganarse la admiración de la servidumbre y los otros agraciados.

“Amigos,- dijo Trimalción, halagado por este desafío-, sabed que también los esclavos son hombres. Han mamado la misma leche que nosotros, a pesar de la mala suerte que pesa sobre ellos. Pero, por mi vida, que pronto beberán el agua de la libertad. En una palabra, en mi testamento les concedo la manumisión a todos ellos. A Filargiro le dejo en herencia una finca y su compañera. A Corión una manzana de casas, el porcentual para pagar al fisco su rescate y, además, un lecho con la lencería necesaria. A mi querida Fortunata la nombro heredera universal, encomendándola a todos mis amigos. Y hago público todo esto para que mi servidumbre me quiera ya desde ahora, como si ya estuviese muerto”. ( Petr. Satiricón, 71)


Joven con rollo, Casa del Apartamento, Pompeya, Museo de Nápoles
La caza de testamentos parece haber sido un tópico literario que reflejaba una situación social la de la falsa o fingida amistad de la que ambas partes, el testador y el  captador tenían como objetivo lograr un beneficio mutuo para cumplir con la solidaridad que proclamaba la civilización romana. Ello no impedía que existieran la amistad y preocupación verdaderas entre los ciudadanos de Roma, como relata Plinio al hablar del fallecimiento de Silio Itálico:

“Muchos acudían todos los días a presentar sus respetos a su casa y lo honraban con todo tipo de presentes. Él los recibía generalmente reclinado en su lecho de trabajo, y su despacho estaba siempre lleno de gente, y no precisamente por sus riquezas.”(Plin., III, 7)

BIBLIOGRAFÍA:

http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/3083/captatiomansillacecco.pdf (Una profesión insólita y lucrativa: la captatio  testamenti, Elda Edith Cecco, Angélica Margarita Mansilla)
http://ecommons.luc.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1035&context=classicalstudies_facpubs (Tacitus, Roman Wills and Political Freedom, James G. Keenan)
http://scholar.princeton.edu/sites/default/files/Why%20Wills_0.pdf (Creditur Vulgo Testamenta Hominum Speculum Esse Morum: Why the Romans Made Wills, Edward Champlin)