domingo, 23 de diciembre de 2012

Ars venatoria, la caza en la antigua Roma

Mosaico de Halicarnaso, Turquía. Museo Británico, Londres

El ocio, otium, romano se concebía como un tiempo disponible para el esparcimiento, como alternativa de la ocupación, negotium. Este tiempo se utilizaba de acuerdo con las posibilidades económicas, capacidades y aspiraciones de cada ciudadano.
Los ciudadanos romanos se dedicaban, cuando estaban en la ciudad, a los placeres y la ostentación. Entre las actividades de ocio se encontraban las actividades culturales y artísticas, los espectáculos de masas y los baños y banquetes. Pero durante sus estancias en el campo, su tiempo se repartía entre la supervisión de las tareas agrícolas, los juegos de azar y la caza.
Lo que cada uno hacía en su tiempo libre se consideraba reflejo de su carácter moral. Un ocio de calidad era el dedicado a la lectura, escritura, la filosofía y el debate, más propio de las clases elitistas. Las clases más populares pasaban el tiempo en tabernas y carreras de carros. Una visión negativa la proporcionaba el ocio dedicado al placer corporal, especialmente para los jóvenes.

"Pues son los placeres, sí los placeres, los que mejor ponen del manifiesto la gravedad, la rectitud, y la moderación en una persona. ¿Quién hay, en efecto, tan depravado que no muestre una cierta apariencia de seriedad en sus ocupaciones cotidianas? Somos traicionados por nuestro reposo. ¿o acaso la mayor parte de los Prícipes no consagraban este tiempo a jugar a los dados, a abandonarse a la lujuria y a cometer todo tipo de excesos, pasando, así, de la indolencia en el desempeño de las responsabilidades serias a un intenso esfuerzo en el disfrute de los peores vicios." (Plinio, Panegírico de Trajano, 82)

Los recitales literarios, ya fueran programados por un autor para difundir su obra o los leídos en un ambiente relajado, como la sobremesa tras una sobria cena, conformaban el ideal de cómo ocupar las horas de ocio para los más elitistas.

La caza o ars venatoria era también una ocupación decente aunque no del gusto de todos. Sus raíces se remontan a los orígenes de la humanidad cuando la necesidad de supervivencia obligó a la obtención de alimentos en el entorno para acabar convirtiéndose en un pasatiempo de los ricos y poderosos en las sociedades antiguas. las actividades cinegéticas proporcionaban protección a los rebaños y ayudaban a fortalecer el carácter y el cuerpo en tiempos de paz.


Mosaico caza jabalí, Museo Arte Romano, Mérida

La práctica de la caza como actividad de placer para los reyes y aristócratas se desarrolló en las civilizaciones de Oriente Próximo y continuó en el periodo helenístico. En Roma es a partir de la dinastía Antonina cuando la caza se convierte en parte fundamental de la vida de una villa.
En una estela funeraria de la ciudad de Celti (actual Peñaflor) se describe como sería la vida de un joven propietario de una villa, y las distintas labores a la que se dedicaba, entre ellas, la caza y la pesca.

"A los Dioses Manes. Aquí yace Quintus Marius Optatus, natural de Celti y de edad de veinte años. ¡Ay, dolor! ¡Oh tú, caminante, que pasas por la acera de este camino!, entérate quién fue el joven, cuyos restos mortales se guardan dentro de esta tumba. Apiádate de él y ofrécele tu saludo. Era diestro en lanzar el arpón y el anzuelo al río, de donde sacaba abundante pesca; como buen cazador sabía clavar su jabalina en el corazón de las fieras bravas; sabía también apresar a las aves con varas untadas de liga. Además cuidaba del cultivo de los bosques sagrados, y a tí ¡ oh Diana!, nacida en Delos, casta, virgen y triforme luna, erigió un santuario tutelar en la sombreada floresta, cumpliendo lealmente el voto realizado. En el gran predio de su heredad dio feliz impulso a las tareas agrícolas, haciendo que con ellas se uniesen los extensos valles a los pintorescos paisajes y las ásperas cimas de la sierra, bien surcando los eriales con el arado, bien metiendo y protegiendo en hoyos hechos con cuidado, los tiernos sarmientos de la vid.

La caza formaba parte de la vida de los altos mandos militares que estaban destinados en tierras fronterizas y que con esta actividad deportiva se mantenían en forma ejercitándose en las armas en tiempo de paz, a la vez que imitaban a la nobleza romana en sus momentos de ocio.


Detalle mosaico de la caza menor, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

La diosa protectora de los bosques y los seres vivos que los habitan era Diana, a la que los cazadores solicitaban les protegiera del peligro. Le prometían ofrecerle las piezas de la caza para ganarse su favor.
El legado de Augusto Quinto Tulio Máximo, de la legión VII, Gémina Félix consagró un ara a Diana con unos versos a ella dedicados. 

"Acotó la planicie de un campo y se la consagró a los dioses; y a tí, Virgen Delia Triforme, te erigió un templo Tulio, natural de Libia, legado de la legión ibera, para poder atravesar a las corzas veloces, y a los ciervos, para cazar a los jabalíes de cerdas puntiagudas, y atrapar los caballos criados en los bosques; para poder competir a la carrera o con un arma de hierro, ya sea yendo a pie, o lanzando la jabalina desde un caballo ibero." 


Ofrenda a Diana, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

En los costados del ara se encuentran los textos con la consagración de las ofrendas conseguidas, colmillos de jabalí y cuernos de ciervos.

"Buscamos por los claros, los verdes terrenos, los llanos abiertos, corriendo con rapidez de aquí allá y por todos los campos, ansiosos por conseguir varias presas con dóciles perros. Disfrutamos traspasando la liebre nerviosa, la cierva que no se resiste, el lobo atrevido o capturando el astuto zorro; nuestro deseo es recorrer las riberas sombreadas, cazando la mangosta en las tranquilas orillas entre las espadañas, con la lanza para agujerear al amenazante turón en un tronco y traer a casa el puerco espín enrollado en su propio cuerpo de pinchos..."

El ritual de la caza empezaría muy probablemente con la ofrenda a Diana cazadora, protectora de los bosques y de los montes:

"Solo tú, Diana, gran gloria de Latona, que recorres los pacíficos claros y bosques, ven rápido, asume tu traje, arco en mano, y cuelga la aljaba coloreada de tu hombro; sean de oro tus armas y tus flechas; y deja que tus relucientes pies calcen botas púrpuras; deja que tu manto sea ricamente tejido con hilo de oro, y un cinturón con hebilla enjoyada ciña tu plegada túnica, sujeta tus trenzas enroscadas con una banda... Diosa, levanta, dirige a tu poeta por el bosque sin pisotear, a tí seguimos, muéstranos las guaridas de las bestias. Ven conmigo, que estoy aquejado de amor a la caza." (Nemesiano, Cynegetica,  s. III)


Mosaico con comida durante la caza, villa de Tellaro, Sicilia

Los criados portarían estacas, redes y demás aparejos. Después seguiría la caza propiamente dicha. Luego el descanso con la comida, reclinados los amos en lechos mientras los esclavos servían.

 La jornada terminaría con la vuelta a casa de los cazadores  y los esclavos cargando con las piezas conseguidas.


Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

La cacería a caballo de venados y jabalíes se realizaba haciendo huir a la pieza conduciéndola hacia la fornido, una cuerda con hojas para engañar a los animales y llevarlos hasta la red, donde quedaban atrapados.

"Algunos cazadores encuentran en las plumas arrancadas del sucio buitre un elemento de ayuda. A intervalos debe añadirse el plumón del blanco cisne, y eso es eficaz, pues las blancas plumas brillan a la luz del sol, con formidable apariencia para el gamo, mientras que el horrendo olor del negro buitre molesta a las criaturas del bosque... Esta forma de terror tiene más uso contra los ciervos; pero cuando las plumas se tiñen del rojo africano y la cuerda de lino reluce , es raro que escape ninguna bestia de estos horrores simulados." (Gratio, Cynegetica, s. I.)



Mosaico de caza, Museo del Bardo, Túnez

Para abatir los animales se usaban lanzas y flechas. En el equipo de los cazadores no podían faltar las redes, lanzas, ganchos. El poeta Nemesianus  del siglo III d. C., describe así las armas que se utilizaban:

"Y estas son las armas de la caza gloriosa que los robustos cazadores deberían llevar a los montes y bosques, redes, cestos de mimbre, lanzas, estacas y rápidas flechas aladas, espadas y hachas, tridentes para herir liebres, garfios y ganchos, cuerda de retorcida retama y trampas bien tejidas." (Nemesiano, Cynegetica)

"Un cuidado diligente de tus perros debe empezar al inicio del año, cuando Jano, abre la marcha del tiempo con la ronda de los doce meses. En ese momento debes elegir una perra obediente al correr y al andar a la zaga, que sea nativa de la tierra de los espartanos o de los molosos, y con buen pedigree." (Nemesiano, Cynegetica)



Grupo jabalí con perros en bronce.
Casa del Citarista en Pompeya

Los perros formaban parte de la persecución de los animales grandes o pequeños y eran muy apreciados por sus dueños, que ponían sus nombres en los mosaicos de sus residencias: 

"No para sí, sino para su amo caza el fogoso lebrel, que te traerá la liebre ilesa entre sus dientes." (Marcial, Epigramas, XIV, 200)

El fabulista Fedro recogió en su obra cómo empezó el hombre a utilizar el caballo salvaje para convertirlo en un animal manso que pudiese ayudarlo en distintas actividades, como el transporte, la guerra y la caza:

"Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en un río poco profundo. Allí también acudía un jabalí, que, al remover el barro del fondo con la trompa y las patas, enturbiaba el agua. El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco. Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos.

Mosaico de Caza, Villa Tellaro, Sicilia

Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le pidió ayuda.
- Yo enfrentaré a esa bestia - dijo el hombre - pero debes permitirme montar sobre tu lomo.
El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo. Lo encontraron cerca del bosque y, antes de que pudiera ocultarse en la espesura, el hombre lanzó su jabalina y le dio muerte. Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado. Pero el hombre no pensaba desmontar.
- Me alegro de haberte ayudado - le dijo -. No solo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo. Y, aunque, el animal se resistió, lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura. El, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo. Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se lamentó noche y día.
- ¡ Tonto de mí! ¡ Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡ por magnificar un asunto sin importancia, terminé siendo esclavo!"

Los caballos eran altamente considerados y unas razas eran más apreciadas que otras y por eso algunos autores lo trataban en sus obras sobre la caza: 

"La moteada raza de caballos árabes es la mejor de todas para carreras largas y gran esfuerzo. Y cerca están los caballos libios, incluso los que habitan la empedrada Cyrene... Los caballos toscanos y los inmensos caballos cretenses son rápidos en la carrera y largos de cuerpo. Los sicilianos son más rápidos que los árabes, mientras que los partos son más rápidos que los sicilianos... (Cynegetica, Opiano de Apamea, s. III)

Del aprecio que los ricos señores tenían a sus caballos hay muestras en el arte, en mosaicos y relieves, pero hay un ejemplo evidente en el epitafio que el emperador Adriano escribió sobre su caballo Borysthenes:

"Borysthenes el Alano,
de Cesar
podía volar
por llanuras y montes etruscos
cazando jabalíes de Panonia".



Mosaico de Annaba (Hippo Regius), Argelia

Ricos aristócratas mantenían en sus posesiones parques donde se criaban animales en libertad. La finalidad real de los propietarios de conservar estos animales en sus propiedades no está del todo clara, posiblemente fuera para recrearse dándoles alimentos y, quizás, servir ellos mismos de alimentos en los banquetes. No se sabe con seguridad si se practicaba allí dentro la caza. Varrón escribe : 

"Yo sí que vi cómo se hacía, allí más bien al estilo tracio, dice aquel, "cuando estuve en casa de Quinto Hortensio en la región de Laurentum, pues había un bosque, como él decía, de más de 50 yugadas con cercado de piedra, al que llamaba reserva de caza (therotrophium). Había allí un lugar elevado, donde, puesta la mesa, cenábamos, adonde mandó llamar a Orfeo. 
Este, que había venido con estola y cítara, habiéndole pedido que cantara, tocó la trompeta, y tan grande cantidad de ciervos, jabalíes y otros cuadrúpedos nos rodeó que el espectáculo no me pareció menos hermoso que el de los ediles en el Circo Máximo cuando se hacen cacerías sin animales africanos. (De Agricultura, III)

Mosaico de caza de Cartago, Túnez

La caza de animales salvajes tan representada en los mosaicos romanos, estaba destinada a los grandes propietarios de tierras en lugares como el norte de África y Oriente o a los altos cargos militares que administraban las provincias de esos territorios. Hay datos que señalan cómo se cazaban, leones, panteras, elefantes, avestruces e incluso jirafas, destinados en muchas ocasiones a los juegos celebrados en el anfiteatro, con lo cual se atrapaban vivos. La intención que tenían los patrocinadores de estos juegos al traer estos animales exóticos para los romanos era constatar el poder de Roma sobre otros países mostrando la superioridad romana al abatir las bestias que los representaban. Cuantos más animales eran sacrificados, más celebridad conseguían los promotores, pretendiendo ser más populares que sus predecesores. Por supuesto el gasto de la captura, transporte y mantenimiento de los animales era cuantioso y conllevaba una organización de la caza de animales, que sería muy posiblemente llevada a cabo por nativos del lugar donde se encontraban por su conocimiento de la zona y de la fauna existente. Es posible que soldados y residentes romanos participaran en su captura. Las partidas de caza se organizarían con profesionales locales que se encargarían de preparar los aparejos, dirigir las operaciones, encerrar a los animales y transportarlos hasta su destino. Muchos morían en los largos viajes hasta los puertos de salida y durante las travesías marítimas.


Mosaico, Museo de Trípoli

El cazador era propietario de los animales cazados por él, en su propio terreno o ajeno. Sin embargo las cacerías de elefantes sólo se podían organizar con autorización del emperador. La posesión de esta fiera era un privilegio exclusivo del emperador. Este también se reservaba el privilegio de cazar leones o de autorizar su captura. El poeta alejandrino Pancrates escribió unos versos dedicados a Adriano y su favorito Antinoo durante la caza de un león: 

"Y más rápido que el caballo de Adrastus, que una vez salvó al rey huyendo de la batalla, tal era el corcel en el que Antinoo esperaba al letal león,sosteniendo en su mano izquierda las riendas y en su derecha una lanza revestida de diamantes. Primero Adriano hirió a la bestia con su lanza de bronce, pero no le mató, porque falló adrede, deseando probar la puntería de su hermoso Antinoo, hijo del asesino de Argo. Golpeado, la bestia estaba más enfadada, y rasgó en su ira el áspero suelo con sus garras, levantando una nube de polvo que oscureció la luz del sol...." (siglo II)

El emperador Adriano fue un gran aficionado de las cacerías, que compartía con sus amigos, y parece ser que llegó a romperse la clavícula y una costilla con esta actividad.


Mosaico de caza, El Djem (Thysdrus),  Túnez

En cuanto a las técnicas usadas en la caza se emplearían las mismas que para los animales como ciervos, jabalíes y otros que vivían en Europa. Opiano describe la utilización de un animal como cebo en un pozo.
Un cordero o cabrito se pondría en el centro de un profundo pozo que estaría rodeado por una valla. La idea era que al oír al animalito balar, el león saltaría por encima de la valla y caería en el pozo, donde los cazadores bajarían una jaula en la por medio de un sabroso bocado harían que entrara el león. También menciona que por la zona del Eúfrates, los jinetes perseguirían a los leones con antorchas encendidas y haciendo sonar sus escudos, con la esperanza de que el león asustado por el fuego y el ruido correría voluntariamente en las anteriormente preparadas redes curvas.

Durante el Bajo Imperio se elaboraron ricos mosaicos y otras piezas artísticas con motivos de caza. Con ello el propietario de la villa deseaba mostrar el triunfo del Bien sobre el Mal, (la victoria del hombre sobre la bestia) y al mismo tiempo expresar su status social, pues solo los ricos podían dedicarse a esta actividad.


Mosaico Villa de las Tiendas, Museo Nacional Romano, Mérida

La aparición de animales salvajes en algunos mosaicos en lugares donde era imposible encontrarlos, puede significar que se copiaban los motivos de mosaicos africanos y asiáticos, además de la influencia de las venationes celebradas en los anfiteatros. La inclusión de la figura del propietario vestido de la época cazando  un león o una pantera con una lanza emulando a personajes míticos, en una villa situada en una zona donde esos animales no se encuentran podría deberse a la intención de identificarse con el emperador, pues solo los emperadores o altos cargos podrían tener la opción de cazar estos animales.


Mosaico de Adonis, Villa de Carranque, Toledo, Foto de Samuel López

La fusión entre el mito y lo cotidiano tiene un auténtico ejemplo en el mosaico de Adonis de la villa de Carranque, donde aparece el personaje intentando dar muerte al jabalí que luego lo mata a él, mientras Venus, su amante, asiste a la escena con Ares, que celoso de su relación con el joven podría haber sido el verdadero causante del final de su vida. En el mismo mosaico aparecen ejemplares de la fauna autóctona, como la liebre y la perdiz, junto a los perros del dueño de la villa, Leander y Titurus.


Sarcófago con la caza del jabalí de Calidón, Museos Capitolinos, Roma

El hecho de que las escenas de caza sean tan populares a partir del siglo III d.C., quizás se deba al deseo de los propietarios de reflejar en diversos ámbitos sus actividades favoritas, como la caza. Por ello también se reflejan estas escenas mitológicas de caza en las estelas funerarias y sarcófagos, donde los héroes vencen a las bestias simbolizando la victoria de los poderosos sobre la muerte. En un sarcófago romano actualmente en los Museos Capitolinos, se describe la escena en la que Meleagro abate al jabalí que tenía atemorizada a la región de Calidonia, después de que Atalanta lo hubiese herido.



Bibliografía:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1425085.pdf; La inscripción del praefectus equitum Arrius Constans Speratianus, de Petavonium, y otros testimonios del culto profesado a Diana por militares; Sabino Perea Yebenes
revistas.um.es › Inicio › Vol. 15 (2000) › Martínez; Los cynegetica fragmentarios y el fracaso del cazador; Sebastián Martínez
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=83861; Consideraciones sobre el animal en la Historia de los Animales de Claudio Eliano; Louis Medina Mínguez
https://digital.csic.es/handle/10261/16509; La caza en el mosaico romano. Iconografía y simbolismo; Guadalupe López Monteagudo
ABC-02.11.1955-página 017; Antonio García Bellido



lunes, 5 de noviembre de 2012

Fons, fuentes ornamentales de la domus en la antigua Roma

Casa de los Repuxos, Conimbriga, Portugal, Foto de Samuel López

"En medio de las flores borboteaba una fuente y en torno al chorro se había construido un estanque de trazado cuadrangular. El agua era espejo de las flores y así parecía que el vergel 7 se duplicaba en uno de verdad y en otro reflejado." (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, I, 15, 6)

Las fuentes y surtidores de los jardines se convirtieron en un elemento decorativo sustancial de las zonas privadas de las casas y villas romanas. Los ricos propietarios disfrutaban de agradables cenas en comedores al aire libre acompañados del murmullo del agua y el frescor de la vegetación, además de recrearse la vista con la ornamentación de estatuas y otros elementos arquitectónicos dispersos por el jardín.

"Fuente de mi señora, de la que Jantis, reina del lugar, presume, gloria y ornamento de una ilustre morada. Dado que tu orilla se engalana con tantos sirvientes blancos como la nieve y tus aguas relucen con un coro de Ganímedes, ¿qué hace el Alcida consagrado en ese bosque? ¿Por qué vive un dios en esa gruta tan cercana? ¿Acaso vigila los consabidos amores de las ninfas, para que tantos Hilas no sean raptados a la vez? (Marcial, Epigramas, VII, 30)

Así describía el poeta Marcial la fuente de la casa de Estela, con un ninfeo dedicado a Hércules y un grupo de estatuas rodeando el estanque.


Casa de la Fuente Pequeña, Pompeya, foto de Samuel López

En la Casa de la Fuente Pequeña de Pompeya, encontramos un nicho con forma de frontón cubierto de mosaico de pasta vítrea y conchas marinas. Se vierte el agua desde una máscara en el centro del nicho a un canal de mármol. Los frescos de colores brillantes de las paredes ofrecen paisajes ilusionistas de los pequeños espacios del jardín.

El acueducto Aqua Augusta, construido por Octavio, se edificó a finales del siglo I. a.C., y proporcionó un suministro ininterrumpido de agua a varias ciudades, incluida Pompeya. La llegada de una constante fuente de agua corriente en esas ciudades permitió a los residentes cultivar jardines más elaboradas. Los jardineros pudieron incluir en sus diseños, surtidores, canales, estanques y fuentes esculpidas según las estatuas griegas. Los propietarios también podían regar los huertos. 
Las fuentes con agua corriendo sin interrupción solo podían funcionar con el suministro del acueducto público, lo que suponía un gran gasto, y era muestra de la riqueza y extravagancia de los dueños.

"En numerosos lugares se han dispuesto asientos de mármol, que resultan tan agradables para las personas fatigadas por el paseo como el mismo aposento; pequeñas fuentes manan al pie de los asientos; a
través de todo el hipódromo pueden oírse las corrientes de agua llevadas allí por cañerías, que continúan su curso por donde las dirige la mano del hombre: ya riegan esta parte del jardín, ya aquella, a veces incluso todas a la vez." (Plinio, Epístolas, V, 6, 40)

Los primeros surtidores surgían a un nivel bajo, y su borboteo parecería el de un pequeño manantial natural. Su efecto sería mayor al poderse utilizar en las grutas cubiertas de musgo que se incluían en los jardines. Nuevas tecnologías facilitaron el uso de chorros más altos para lograr que el agua salpicara y se viesen efectos de luz.

"Enfrente, una fuente expulsa y recibe su propia agua, pues arrojada hacia lo alto vuelve a caer en la misma fuente, donde a través de una serie de aberturas se absorbe y se pierde." (Plinio, Epístolas, V, 6, 37)

Pintura Luigi Bazzani

El acceso al agua de ríos, manantiales y cisternas se realizaba por tuberías, mediante la gravedad. Si el agua se encontraba a un nivel por debajo de la fuente, se utilizaba una noria para elevarla hasta un tanque por encima de ella. La limitación del agua disponible en una cisterna obligaba a utilizar las fuentes solo durante algunas festividades.

Pintura de Luigi Bazzani

Las fuentes de pared solían tener forma de cabeza de león u otros animales salvajes, esculpida en piedra por cuya boca caía el agua, que se recogía en un pequeño canal. La grotesca cabeza de Sileno y otras testas inspiradas en el cortejo dionisiaco servían, con sus fauces abiertas, como boca de fuente. Las fuentes más elaboradas constaban de varias cabezas, cada una con un chorro, que iba a dar en un canalón común.

"Hacia la mitad de la galería hallamos adosada a ella y ligeramente metida hacia dentro, un ala del edificio que incluye un pequeño patio interior al que dan sombra cuatro plátanos. En medio de estos árboles una fuente de mármol rebosa siempre de agua y baña con suave riego los plátanos de alrededor y la vegetación que crece a los pies de éstos." (Plinio, Epístolas, V, 6)


Casa de Venus en la concha, Pompeya, foto Samuel López

Las características fuentes de pila del jardín romano consistían en recipientes de piedra o mármol llenos de agua, de los que emergía un chorro bajo de agua. Las pilas, acanaladas a veces, solían tener un reborde ancho. Algunas se elevaban sobre pedestales o bases talladas. En frescos con temas de jardín, las fuentes de pila se incluían en una línea de balaustrada.

"En este dormitorio hay una pequeña fuente, y en ella una taza en
torno a la cual varios pequeños caños producen un murmullo agradabilísimo." (Plinio, Epístolas, V, 6, 23)

Las escaleras de agua eran cascadas artificiales situadas en el muro de un jardín, en las que el agua se derramaba por un tramo de escalera para terminar en un estanque debajo. La luz se reflejaba en el agua al caer y el murmullo al salpicar inundaba el jardín. Los escalones se construían de piedra o cemento cubierto de mosaico.

Fuentes de menor tamaño o talladas en mármol, eran ornamento para un patio exterior o una sala de recepción interior, como un triclinio o atrio.

"Tras la estatua de la diosa, se yergue una roca simulando una gruta con musgo, césped, hojas, ramas, así como pámpanos y arbustos, todo ello florecido en mármol. En el interior de la gruta la sombra de la estatua se ilumina con el resplandor del mármol ... y, si, inclinándote, contemplaras la fuente que, discurriendo a los pies de la diosa, se mueve en suaves ondulaciones, te daría por pensar que, colgando como están aquellos racimos de la roca, no echan de menos entre otros toques de realismo, el rasgo del movimiento." (Descripción del Atrio de Birrena, Apuleyo, Las Metamorfosis)

Pintura de Alma-Tadema

Los estanques variaban en tamaño desde el pequeño en un patio exterior a una piscina donde disfrutar de un refrescante baño o realizar ejercicio físico. En su forma el diseño comprendía formas geométricas simples como un cuadrado o rectángulo, hasta grupos complejos de formas entrelazadas, a veces a distintos niveles y unidas por cascadas. Recesos a lo largo de su perímetro alternaban formas semicirculares y rectangulares. Proporcionaban retiros sombreados y huecos para alimentar los peces que se criaban en ella, se daba mucho valor a los reflejos de luz de sus superficies.


Canopo, Villa Adriana, Tívoli

Se construían en cemento, y en las grandes éste se vertía sobre los pilares de madera, para conseguir mayor estabilidad. las tuberías se hacían de madera o plomo. Aunque la superficie interior a veces se pintaba de azul, en otras se utilizaban baldosas. Las más artísticas se decoraban con mosaicos geométricos o con motivos marinos. En el borde se utilizaba mármol o piedra.

Largos canales artificiales que imitaban los arroyos naturales se incluían en los jardines. El agua se hacía fluir por una cascada escalonada y caía en un canal estrecho y alargado que atravesaba el jardín. Es posible que por algún mecanismo hidráulico se consiguiese el efecto producido en el Euripus, estrecho natural en Grecia, por el que el agua fluye primero en una dirección y luego en otra, según la marea; y de ahí que así se llamasen algunos de los canales de los jardines.

El repertorio de estatuas que decoraban las fuentes y estanques incluían personajes mitológicos, como divinidades, ninfas, delfines, tritones, faunos y niños. Las que se hacían de bronce solían ser más pequeñas y podían ocultar las tuberías del mismo material.

Museos Vaticanos, foto de Samuel López

Las náyades eran las ninfas de agua dulce protectoras de fuentes y manantiales. El dios romano de las fuentes, cascadas y pozos era Fontus, cuyo festival, Fontinalia, se celebraba el 13 de octubre en Roma. Ese día se arrojaban flores a las fuentes y se adornaban los brocales de pozos con guirnaldas.

Fontinalia, Emilio Vasarri


Palas: Me han contado la historia de una fuente que Pegaso con su dura pata hizo salir de esta montaña. Las maravillas que de ella me han contado me han hecho venir hasta aquí. Como yo estaba presente cuando Pegaso nació de la sangre de Medusa, ahora quiero ver si es cierto el prodigio de la admirable fuente. 
Musas: Cualquiera que sea el motivo de tu llegada, ¡oh diosa!, nos sentimos venturosas de tu presencia. Es cierto que fue Pegaso quien ha hecho brotar estas aguas de que hablas.
Condujo una de las Musas a la diosa hacia la fuente, quedándose por largo tiempo admirada. Visitó los antros y las cuevas, viéndose por todas partes gran cantidad de flores mezcladas con la hierba del prado." (Metamorfosis, V, 2)

En la literatura se describe el nacimiento de ríos, manantiales y fuentes, que también encuentran reflejo en el arte, como mosaicos y pinturas. Ovidio cuenta cómo la diosa Palas Atenea visita la fuente de Hipocrene en el párrafo anterior.

lunes, 9 de julio de 2012

Codex, escribir y leer en la antigua Roma


Casa de Julia Félix, Pompeya

"Contigua a esta zona hay una habitación que adopta una forma curva, a modo de semicírculo, y que sigue el recorrido diario del sol desde todas sus ventanas. En una de sus paredes hay empotrado un armario destinado a servir de biblioteca que contiene una selección de obras no solo dignas de ser leídas, sino de ser leídas continuamente."
(Plinio, Epístolas, II, 17)


Las casas de los romanos ricos incluían estancias habilitadas como bibliotecas. Pequeños retratos de medio cuerpo de antiguos literatos y filósofos indicaban sobre los estantes las subdivisiones por autores:

"Cualquier libro estaba a mano; te podías imaginar mirando a las estanterías de un erudito profesional o a los estantes en el Ateneo o a las librerías de los libreros. la disposición era tal que los manuscritos cerca de los asientos de las mujeres eran de tipo devocional, mientras que los que estaban entre los bancos eran trabajos de los mejores de la elocuencia latina; éstos, sin embargo, incluían ciertos escritos de autores que aunque similares en estilo mantienen diferentes doctrinas; porque era frecuente práctica leer a escritores cuyo arte es del mismo tipo - aquí san Agustín, allí Varrón, aquí Horacio, allí Prudencio. (Sidonio Apolinar, Epístolas)

Reconstrucción de una biblioteca. Foto de Cassius Ahenobarbus

Vitruvio ya mencionó que las bibliotecas deberían incluirse entre las estancias de las casas:

"Las bibliotecas deberán orientarse hacia el este, ya que el uso de estas estancias exige la luz del amanecer y, además, se evitará que los libros se pudran en las estanterías. Si quedan orientadas hacia el sur o hacia el oeste, los libros acaban por estropearse como consecuencia de las polillas y de la humedad. (Vitruvio, De Arquitectura, VI)

Poseer una biblioteca suponía tener cultura y también riqueza y dejar su contenido como legado a familiares, amigos, o instituciones públicas era algo frecuente entre los romanos ricos y digno de admiración para muchos.

“En Sereno Samónico, que fue muy amigo de su padre, tuvo un preceptor muy querido y estimado; tanto que cuando éste murió legó todos los libros de su padre —llamado también Sereno Samónico— que alcanzaban la cifra de sesenta y dos mil, a Gordiano el Joven. Esto le llevó a los cielos, pues, gracias al prestigio de las letras, tras entrar en posesión de una biblioteca de tal magnitud y esplendor, alcanzó la fama entre los hombres.” (Historia Augusta, Gordiano el joven, 18, 2)


Los libros eran un bien de inversión que se revalorizaba con el tiempo y que, a veces, se exhibían como elemento decorativo en comedores, para que los invitados admirasen su importancia. Los estantes y armarios se hacían de maderas nobles con adornos en marfil.

“Busca poemas inéditos y trabajos en borrador, que no los conoce más que uno solo, y que los guarda bajo llave en sus armarios el propio padre de las hojas inmaculadas a las que no ha arrugado el contacto de una barba ruda…” (Marcial, Epigramas, I, 66)


Códice Amiatinus

Los bustos de literatos realizados con caros materiales además de ornamento mostraban la admiración del propietario hacia ciertos escritores. Sin embargo, algunos no dudaron en criticar la falta de cultura de algunos que no distinguían el verdadero valor de los escritores representados:

"¿De qué sirven tantos libros y librerías, si su dueño apenas leyó en toda su vida los índices? La cantidad de libros resulta pesada y no enseña; y así te será más seguro entregarte a unos pocos autores, que errar siguiendo a muchos... Se debe tener, pues, la cantidad suficiente de libros, sin que ni uno solo sea por ostentación...Encontrarás que muchos ignorantes tienen todo lo que se ha escrito de oraciones y de historias, teniendo estanterías de madera de citrus y marfil llenas de libros hasta los techos; porque incluso en los baños se hacen librerías, como lujo forzado en las casas. Lo excusaría si fuera fruto del deseo de estudiar; pero ahora estas exquisitas obras de genios consagrados, con sus imágenes talladas, se buscan para adornar las paredes." (Séneca, De la Tranquilidad del ánimo, IX)

Terencio Neo y su mujer. Casa de Pansa, Museo Arqueológico de Nápoles


La cultura era, por tanto, un producto para disfrutar y para representar el status del dueño de la casa. Los libertos enriquecidos podían alardear ante sus invitados de su afán por la educación y la cultura al mismo tiempo que hacían ostentación de su inmensa riqueza.

“Aquí donde me veis, si no abogo en los estrados, he aprendido las bellas letras por afición, y no creáis que he perdido ya el amor al estudio; por el contrario, tengo tres bibliotecas, una griega y dos latinas y me gusta saber.” (Petronio, Satiricón, 48)


Sin embargo, existía también la idea de que la adquisición y posesión de libros no proporcionaba la formación cultural, sino la forma en que estos se usaban. Por ello había feroces críticas a los ricos que compraban libros indiscriminadamente, sin posibilidad de sacar ningún provecho de ellos.

“Crees que vas a parecer ser alguien en el mundo de la cultura, porque te afanas en comprarte los mejores libros. Los tiros, sin embargo, van por otro lado, y eso, en cierto modo, es una prueba de tu incultura. Y, sobre todo, no compras los mejores, sino que te fías del primero que te los pondera y eres toda una presa fácil de quienes andan soltando mentiras en asuntos de libros, y un tesoro bien a punto para sus vendedores. Porque, ¿desde cuándo crees que te sería posible discernir cuáles son antiguos?, ¿cuáles son valiosos?, ¿cuáles no merecen la pena y están remendados?, a no ser que saques las conclusiones por el número de picaduras y cortes que presentan y admitas a los gusanos como consejeros a la hora de proceder a ese examen. Pues, ¿qué capacidad tienes tú para discernir sobre la exactitud y ausencia de erratas que haya en ellos?” (Luciano, Contra un ignorante que compraba muchos libros, 1)


Pintura de Alma Tadema

Lúculo es considerado un precursor del coleccionismo de libros al crear una biblioteca privada en el siglo I a.C., que se abrió a todos, pues antes de las bibliotecas públicas, hubo colecciones particulares que los nobles romanos buscaban y se procuraban a gran precio o se llevaban de las ciudades griegas conquistadas y este afán continuó activo en los demás siglos del Imperio.

"El primero que introdujo en Roma gran cantidad de libros fue Emilio Paulo, después de la derrota de Perseo, rey de los macedonios; después de él, Lúculo, como parte del botín del Ponto." (Isidoro de Sevilla, Etimologías, VI, 5)

En la villa de los Papiros, en Herculano, perteneciente a Lucio Calpurnio Pisón Cesonio, suegro de Julio César se encontraron casi 2000 rollos de papiros carbonizados, escritos principalmente en griego. Los papiros se guardaban en una habitación con estantes en las paredes y una estantería exenta de madera de cedro en el centro. Para leer los rollos, se llevaban a un patio contiguo para tener luz suficiente.


Papiros carbonizados. Villa de los Papiros, Herculano


La primera noción de libro entre los romanos fue el volumen, que originalmente era un rollo hecho de papiro, formado por varias hojas, hasta formar una tira larga de varios metros, donde los romanos podían escribir textos amplios. En este formato la escritura se hacía en forma de columnas cuidadosamente alineadas que iban formando las “páginas” del volumen. Pero para leerlo había que desplazar horizontalmente el rollo, sosteniéndolo el lector con la mano derecha, mientras que con la izquierda tiraba para desenrollarlo. Para poder consultar algo en una página anterior había que desenrollarlo de nuevo e ir enrollándolo del otro extremo.

“¿Qué esperanza tienes puesta en los libros, que estás constantemente enrollándolos, pegándolos, arreglándolos y borrándolos con azafrán y cedro, recubriéndolos con pastas, poniéndoles ribetes, como si estuvieses gozando, en cierto modo, de ellos?” (Luciano, Contra un ignorante que compraba muchos libros, 16)


Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

El formato rotulus se desplegaba de forma vertical y la escritura se generaba de forma paralela al lado corto de la tira del rollo.



Antes de que los romanos utilizaran el papiro como material de escritura, se utilizaron otros soportes que Plinio cita en su obra.

“Primero se solía escribir en la hoja de las palmeras; a continuación, en la corteza de algunos árboles; más tarde se comenzaron a redactar los documentos oficiales en volúmenes de plomo, y después también los privados en rollos de tela o en tablillas de cera.” (Plinio, Historia Natural, XIII, 69)

Diplomas militares

El papiro, planta procedente de Egipto, era cortado por los antiguos egipcios que se metían en el río en pequeñas barcas. Allí cortaban las plantas por el tallo y las iban empaquetando en fardos, y una vez en tierra las limpiaban. Arrancaban las hojas y la parte exterior del tallo, que es la más dura, porque lo que se utilizaba era la médula de la planta. Luego la partían en finas láminas que después colocaban horizontalmente, y por encima de forma transversal. Más tarde se prensaban con pesos y entonces los tallos soltaban una savia pegajosa, que servía de pegamento, y posteriormente se dejaba secar la hoja de papiro durante varios días. Para hacer más fina la hoja y mejorar su calidad se pulía con una piedra.

“El «papel» se confecciona a partir del papiro, escindiéndolo con una aguja en láminas muy finas y lo más anchas que se pueda. La primacía la tiene la del centro y después las cortadas sucesivamente desde él… Se teje cada una de estas clases en una tabla humedecida con agua del Nilo: el limo del agua sirve como cola. En primer lugar, se extienden sobre la tabla las láminas en posición vertical, por su parte anterior, de la mayor longitud que pueda dar el papiro, después el entramado se acaba con otras láminas trasversales una vez recortadas ambas partes. Se comprime después con prensas y las hojas de «papel» se secan al sol y se unen entre sí, disminuyendo siempre la calidad de las siguientes hasta llegar a la peor. Nunca un rollo tiene más de veinte.” (Plinio, Historia Natural, XIII, 74-77)

Facsímil relativo al cultivo y tratamiento del papiro. Museo Metropolitan, Nueva York

Las láminas de papiro se podían unir superponiendo los bordes más o menos 1 cm y pegarlas con una pasta de harina y agua para formar un rollo largo. Para hacer más fina la hoja y mejorar su calidad se frotaba con un abrasivo y se pulía con hueso, marfil, piedra pómez u otro material. También solía blanquearse con tiza, según el gusto del comprador y a los rollos más caros se les podía espolvorear con pigmentos de colores. Los rollos medían entre 13 y 30 cm de alto y su longitud iba de 10 m en adelante. En el rollo, el texto se disponía en columnas; la longitud de la línea variaba dependiendo del tipo de literatura, siendo la oratoria el género con líneas más cortas. En un rollo estas líneas eran continuas de principio a fin con secciones, a veces, marcadas como capítulos y segmentos más breves con sentido unitario, señalados por un guion en el margen, llamados paragraphos.

“El Sota de Ennio que me has devuelto me parece que está escrito sobre un papiro más pulido, en un rollo mejor y con una letra más cuidada de lo que lo había sido antes.” (Frontón, Epístolas, 22)


Fragmentos de papiro


La hoja de papiro preparada para escribir se denominaba charta y la primera hoja del rollo se llamaba protocolo y se dejaba generalmente en blanco, sirviendo para proteger el rollo.

"No tienes por qué considerarlos regalos pequeños, cuando un poeta te regala folios en blanco." (Chartae maiores, Marcial, XIV, 10)

Retrato de Herculano, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

La hoja de papiro se escribía por una sola cara, la interior que se pulía, mientras la cara posterior se untaba con aceite de cedro para protegerlo, perfumarlo y teñirlo de un tono amarillento. Una vez acabado el rollo (scapus), la última hoja se pegaba a una varilla (umbilicus), generalmente torneada en los extremos, alrededor de la cual se enrollaba el volumen; sus extremos, en los volúmenes más lujosos se pintaban y se les añadían unos discos llamados cornua, que generalmente eran de marfil. Los márgenes laterales se alisaban con piedra pómez, ya que el papiro se deshilachaba con frecuencia.


“Decid, Piérides, con qué presente sería honrada
Neera, si bien ya mía o, si bien me engaño, sin embargo
querida. «Las hermosas son cautivadas con la poesía, las
avariciosas con dinero. Que ella se alegre, como merece,
con tus versos. Ahora bien, que una envoltura amarilla
recubra el librito, se pula con la piedra pómez y corte
antes sus blancas barbas y cubra la parte superior del
pequeño volumen para que un título escrito indique tu
nombre, y que se pinten, entre el doble frente, las 
varillas (umbilici): así conviene, en efecto, enviar una obra elegante». (Tibulo, Elegías, III, 1)

Fresco, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto Ken Welsh

Para identificar el rollo se le sujetaba una etiqueta (titulus) de marfil o pergamino (algunos tituli solían escribirse en minio, es decir, en tono anaranjado o escarlata), a la hoja o al umbilicus en la que se anotaba el contenido del libro, a menudo la primera línea del texto, que servía para informar al lector sobre lo que incluía el volumen sin tener que desenrollarlo entero, ya que en una primera época no se les ponía nombre a los libros.

“Pequeño librito (y no te desprecio por ello), sin mí irás a la ciudad de Roma, ¡ay de mí!, adonde a tu dueño no le está permitido ir. Ve, pero sin adornos, cual conviene a un desterrado: viste, infeliz, el atuendo adecuado a esta desdichada circunstancia. Que no te envuelvan los arándanos con su color rojizo, ya que ese color no se aviene muy bien con los momentos de tristeza; ni se escriba tu título con minio, ni se embellezcan tus hojas de papiro con aceite de cedro, ni lleves blancos discos (cornua) en una negra portada. Queden esos adornos para los libritos felices; por tu parte, no debes olvidar mi triste condición. Que ni siquiera alisen tus cantos con frágil piedra pómez, a fin de que aparezcas hirsuto, con las melenas desgreñadas. No te avergüences de los borrones: el que los vea pensará que han sido hechos con mis propias lágrimas.” (Ovidio, Tristes, I, 1)



El aceite de cedro se usaba como conservante para los rollos de papiro y éstos se guardaban en cajas de madera de ciprés, dura y resistente. El cedro y el ciprés son árboles de madera noble y aromática:

"¿Podemos esperar que se creen poemas dignos de aceite de cedro y de cajas de pulido ciprés?" (Horacio, Arte Poética)

Para transportar los rollos se guardaban en una cesta redonda de piel con una tapa, que se llamaba capsa.


Capsa

En las estanterías se metían en unos casilleros (nidi) con capacidad para diez rollos y por eso obras como la Historia de Roma de Tito Livio se dividen en décadas, grupos de una docena de volúmenes.


Detalle de relieve de sarcófago, Ostia, Italia

En un inicio los rollos de papiro se guardarían en el tablinum o despacho del pater familias en un mueble con estantes, que podía tener diversos nombres (scrinium o armarium, por ejemplo) y con la ampliación de las casas más lujosas se depositarían en habitaciones dedicadas únicamente a albergar todos los volúmenes.

“Pues allí es donde yo escribo más, y no cultivo el campo que no poseo, sino a mí mismo con mis estudios, y allí puedo mostrarte una estantería lleno de manuscritos, como en otros lugares podría mostrarte un granero repleto de grano.” (Plinio, Epístolas, IV, 6)

Exposición Romanorum Vita. Foto Sebastiá Giralt


El pergamino (membrana) se hace con la piel tratada de una res y podría tener su origen en Pérgamo. Se limpiaba de suciedad, se eliminaba el vello y los restos de grasa, dejando una capa muy fina. Se dejaba unos días en cal y luego se extendía y tensaba en un bastidor para secarla. por último se alisaba con piedra pómez. Era más caro, pero duraba más y podía escribirse por las dos caras, y fabricarse en cualquier parte.

"Piensa que son ceras, aunque éstas se llamen pergamino. Borrarás cuantas veces quieras renovar lo escrito." (Pugillares membranei, Marcial, Epigramas, XIV, 7)

El pergamino era más caro, pero duraba más y podía escribirse por las dos caras, y fabricarse en cualquier parte. Además, lo escrito podía borrarse con una esponja y utilizarse el mismo pergamino para volver a escribir, lo que se llamó palimpsesto.

“En cuanto a lo de reutilizar el pergamino, alabo desde luego tu espíritu ahorrador, pero me intriga qué había en aquellas hojas que has preferido borrar antes que renunciar a lo que has escrito, salvo que fuesen tus fórmulas. Porque no creo que borres mis propias cartas para volver a escribir sobre ellas.” (Cicerón, Cartas a Familiares, VII, 18)

Fragmentos de pergamino

Para facilitar la venta del libro algunos editores incluían el retrato del autor en la primera página.

¡Qué pequeño pergamino ha dado cabida al inmenso Marón! La primera página lleva su propio retrato. (Virgilio en pergamino, Vergilius in membranas, XIV, 186)

Códice de Virgilio. Biblioteca Apostólica Vaticana

Ya implantado el cristianismo se hizo habitual la confección de libros en pergamino tintado de púrpura y escrito con letras doradas o plateadas, especialmente aquellos dedicados al uso de emperadores, nobles y altos cargos eclesiásticos. Algunos escritores cristianos arremetieron contra su uso por ir en contra de la austeridad impuesta por Cristo.

“Permitid a aquellos que los quieren tener libros antiguos o libros escritos en oro o plata sobre pergaminos purpura o en lo que comúnmente se llama letras unciales- estorbos escritos (los llamo yo) más que libros.” (San Jerónimo, Prefacio al libro de Job)

Codex Petropolitanus Purpureus, Biblioteca Nacional Rusa, San Petersburgo


El codex o códice estaba en su origen formado por varias tablillas unidas, pasando después a denominar el conjunto de hojas de papiro o pergamino que se doblaban en cuadernillos, unidos por una costura. En un principio se usaba para designar el libro de cuentas y otros documentos oficiales como testamentos.

“Había hecho su testamento bajo el consulado de Lucio Planco y Cayo Silio, el tercer día antes de las nonas de abril, un año y cuatro meses antes de su muerte (3 de abril de 13 a.C.); escrito en dos códices, en parte por él mismo y en parte por sus libertos Polibio e Hilarión, había sido depositado en poder de las vírgenes vestales, que lo sacaron ahora a la luz junto con tres rollos igualmente sellados. Todos estos documentos fueron abiertos y leídos en el Senado.” (Suetonio, Augusto, 101, 1)

Tablillas de Durres, Albania. Foto Edouard Shebi

Este tenía ventaja sobre el rollo porque era más fácil encontrar un pasaje, al no tener que desenvolver todo, se podía guardar más cómodamente en una biblioteca y admitía decoración con miniaturas. El avance del cristianismo supuso el impulso del códice sobre el rollo y su progresiva utilización dando nombre a las distintas compilaciones de leyes hechas por sucesivos emperadores.

“Tú, que deseas que mis libritos estén contigo en todas partes, y buscas tenerlos como compañeros de un largo viaje, compra los que en pequeñas páginas oprime el pergamino.” (Marcial, Epigramas, I, 2)


Códices de Nag Hammadi

Las extensas obras de algunos autores se escribían en códices de pergamino porque ocupaban menos espacio que los rollos de papiro y a la larga también eran más baratos.

“En unas exiguas pieles se condensa el inmenso Livio, que no cabe entero en mi biblioteca.” (Marcial, Epigramas, XIV, 190)

La tabula cerata era una pequeña plancha de madera, un poco rebajada por el centro, en la que se vertía cera de abeja, normalmente tintada de negro. Cuando la cera se endurecía, se podía escribir sobre ella mediante un punzón, por lo tanto, la escritura se grababa. En el centro de cada página se ponía un pequeño taco de madera que impedía que las superficies enceradas se tocasen. A veces se adornaban con materiales lujosos como el marfil, el oro y las piedras preciosas.

"¡Así que mis astutas tablillas se han perdido, y, por tanto, muchos buenos textos también! Estaban muy gastadas por el uso de mis manos, y buscaron la buena fe al no estar selladas. Además, sabían cómo pacificar a las chicas, y pronunciar palabras elocuentes, sin mí. Ningún adorno de oro las hacía preciosas; eran de cera sin lustre sobre madera de boj ordinaria. Tales como me eran fieles así permanecieron, y siempre produjeron un grato efecto.” (Propercio, Las tablillas perdidas, III, 23)


Museo Arqueológico de Nápoles

Las tablas podían ser simples, pero también se unían mediante finas correas de piel, como un libro y se le llamaba duplices, triplices, multiplices:

"Entonces no considerarás mis triples tablillas regalos sin valor: cuando tu amiga te escriba que está al llegar." (Triplices, Marcial, XIV, 6).


Tablillas múltiples

Las tablillas enceradas se usaban para registrar actuaciones legales, actas de nacimiento y documentos de manumisión de esclavos, así como para anotaciones personales, recordatorios, correspondencia, prácticas de caligrafía y ejercicios escolares. Se podían sellar con cordones y sellos de plomo para garantizar su autenticidad o para salvaguardar la información que había en su interior.

“Hallándose esta misma Dinea haciendo testamento, Opiánico, que había sido su yerno, le tomó las tablillas y borró con el dedo sus legados; y como esto lo había hecho en varios pasajes, una vez que ella murió, con el fin de que no pudiese ser impugnado el testamento por causa de las raspaduras, transcribió el testamento a otras tablillas y lo selló con sellos falsos.”  (Ciceron, En defensa de Aulo Cluencio, 41)


Tabula cerata

Se utilizaban distintas variedades de madera como pino, boj, nogal…pero también otros materiales más suntuosos, como el marfil.

“Para que las ceras descoloridas no oscurezcan tus ojos cansados, letras negras tinten para ti el níveo marfil.” (Tablillas de marfil [Pugillares eborei], Marcial, XIV, 5)

Tablillas. Museo del Louvre

El punzón para escribir se llamaba stilus o graphium; la punta era afilada para escribir y el otro extremo era romo para borrar. Sobre las tablillas enceradas lo más que se podía hacer era apisonar la cera con el mango del punzón para tapar la incisión. Esto valía para corregir unas pocas letras, pero era inviable para toda la tablilla.

“Pero como hasta el final del capítulo tendría que seguir una exposición compleja, y ya hemos llenado las tablillas de cera, baste haber dictado hasta aquí; porque la palabra que no se pule estilo en mano, siendo ya de por sí descuidada, resulta aún más desagradable si a su pesadez propia se añade la prolijidad. Además, estoy aquejado con dolor de ojos y sólo dispongo para el estudio de los oídos y de la lengua.” (Jerónimo, Carta a Dámaso, XVIII)


Tabula cerata y stilus. Foto Elena Gallardo

Los estilos se guardaban en estuches que podían ser un regalo oportuno en las Saturnales.

"Tuyos serán estos plumieres provistos de sus estilos; si se los das a tu niño, será un regalo importante." (Graphiarium, Marcial, XIV, 21)


Otros instrumentos para escribir era el calamus, un trozo de caña que se utilizaba sobre papiros y pergaminos, se cortaba un extremo en forma oblicua mediante un corta plumas. Penna scriptoria eran las plumas de las alas de las aves.

“Están ya en la mano el libro, el pergamino a dos tintas y perfectamente rasado, el papiro y la pluma nudosa. Pero entonces nos quejamos de que el líquido es denso y de que nos cuelga del cálamo... si echamos agua el negro de sepia se desvanece. Y nos lamentamos de que la caña suelte de dos en dos las gotas diluidas. ¡Oh desventurado! ¡Más desgraciado cada día que pasa!” (Persio, Sátiras, III, 10)


Fresco de Pompeya, Museo Arqueológico Nacional de Pompeya

La tinta para escribir, atramentum librarium, se hacía con hollín proveniente de la combustión de resinas, mezclado con goma.

"Se hacía con hollín de varias formas, con resina quemada o pez: y para este propósito se construyen hornos, que no dejan escapar el humo. Se hace de esta forma con madera de pino: se mezcla con hollín de los hornos o de los baños y se usa para escribir los rollos de los papiros. A veces se hace tinta hirviendo y escurriendo los posos del vinagre."


A partir del siglo III d.C. empieza a usarse tintas de base mineral, uno de los procedimientos de elaboración consistía en picar agallas de encina o roble, mezclar el polvillo resultante con agua, y añadir finalmente sulfato de cobre o de hierro. Las de origen vegetal se elaboraban macerando la corteza de espino y sometiendo el jugo a sucesivas cocciones hasta formar una pasta a la que se añadía vino, tras nuevas cocciones la pasta producida se secaba al sol.
Cuando se tenía que escribir se tomaba la cantidad necesaria de pasta seca y se disolvía en vino o agua.

“Enrolla, Musa, este campo de papiro y que el trazo de caña de Cnido no siga avanzando a través de los caminos del cálamo de pie hendido, pintando lo que queda de la seca página con las negras hijas de Cadmo. O que la esponja de color de leche borre de todos los versos a la vez la oscura sepia.” (Ausonio, Epístolas, XIII, 50)


Casa de Marco Lucrecio, Pompeya

Se utilizaba la tinta de sepia y la tinta roja, de minio o bermellón, se usaba para escribir el título y los comienzos de libro. Los encabezamientos de leyes se hacían de rúbrica (ocre rojo). Suetonio menciona que parte de los poemas que Nerón recitaba en Roma se escribían con letras doradas (aureis litteris), y se consagraban a Júpiter Capitolino.

“Admitía a sus ejercicios en el Campo de Marte incluso a la plebe, y muy a menudo declamaba en público; daba también lectura a sus poemas, no solo en palacio, sino incluso en el teatro, con un regocijo general tan considerable, que, por una de estos actos, se decretaron acciones de gracias a los dioses y el fragmento que había leído fue dedicado en letras de oro a Júpiter Capitolino.” (Suetonio, Nerón, X, 2)

En Vindolanda se encontraron planchas de maderas locales (abedul) plegadas y escritas con tintas con base de carbón. La madera se cortaba de los árboles en primavera, cuando circula la savia, para que se pudiera plegar. Además, se podían encalar y volver a utilizar. En ellas se han descifrado textos de diversa índole como la invitación de Claudia Severa a una amiga para celebrar un cumpleaños. Están datadas entre los siglos I y II d. C.

“Claudia Severa saluda a su Lepidina. El 11 de septiembre, hermana, para celebrar mi cumpleaños te envío una cordial invitación para asegurar que vendrás y hacer el día más agradable para mí con tu llegada, si estás aquí (?). Saluda a tu Cerial. Mi Elio y mi hijito le mandan sus saludos.”


Tablillas de Vindolanda, Reino Unido

El atramentarium o tintero se realizaba en marfil, hueso calcinado o madera termoalterada (de sarmiento de viña). Se han encontrado cajas de madera con las paredes interiores impermeabilizadas con pez, algunos en cerámica, e incluso metales nobles.

Atramentaria (tinteros). Museo Metropolitan, Nueva York



Bibliografía:

https://www.academia.edu/23085606/Book_Formats_4._Archaic_and_Exotic_Forms; Book formats 4. Archaic and exotic forms; Ana B. Sánchez-Prieto
https://www.academia.edu/23031469/Book_Formats._Scroll; Book formats. 2. Roll; Ana B. Sánchez-Prieto
https://www.academia.edu/23408717/Book_Formats_2._Codex; Book formats 2. Codex; Ana B. Sánchez-Prietohttps://revistas.um.es/myrtia/article/view/159381; Libros, libreros y librerías en la Roma antigua; José Luis Vidal
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3761481; El libro en Roma; Ibor Blázquez Robledo
http://www.tyndalehouse.com/tynbul/library/TynBull_2006_57_1_07_Barker_OxyrhynchusLibraries.pdf; CODEX, ROLL, AND LIBRARIES IN OXYRHYNCHUS; Don C. Barker
A History of Reading; Steven R. Fischer; Reaktion Books
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio; Jerôme Carcopino; ed. Temas de Hoy